Silvio Gesell, el obsesivo del orden económico natural

Muchos creen que Villa Gesell es un autohomenaje de Carlos, pero en verdad es un tributo a Silvio, por quien sentía una profunda admiración. No específicamente como padre, sino como economista: su pensamiento fue reconocido hasta por John Keynes. Había nacido el 17 de marzo de 1981, fecha de la cual se cumplió otro aniversario.

Por Juan I. Provéndola | Silvio Gesell tuvo muchísimos hijos, producto de varias relaciones. El más conocido, sin dudas, fue Carlos Idaho, fundador de esta villa a la que le puso el apellido Gesell no por él mismo, sino por su padre. Sentía por él una profunda admiración y solía mencionarlo en diversas entrevistas como una de sus principales influencias. Pero no eran sus cualidades paternales las que más valoraba, sino su vasta obra intelectual dedicada al estudio de la economía mundial. Su obra más célebre, “El orden económico natural”, sintetiza en el título la obsesión suprema de sus pensamientos: encontrar la manera de que la economía sea funcional a la naturaleza humana, y no al revés, como sucedía y sigue sucediendo.

Silvio y Carlos tenía mucho en común. Ambos boyaron por distintas partes del mundo, mantuvieron una vida errante a la vista los bien pensados y se involucraron en temas de manera tan profunda que terminaron generando nuevos conocimientos. Carlos lo mostró en su villa, forestada de manera autodidacta, pues ningún libro ni ningún erudito le acercaba la información que necesitaba. Silvio tuvo sólo una oportunidad de desarrollar sus ideas en el campo práctico: cuando cumplió un cargo similar al de ministro de economía de la República Soviética de Baviera, una administración socialista desplegada por medio Alemania tras la derrota en la Primera Guerra Mundial que apenas duró siete días. Lo que perduró fue su pensamiento, fundamentalmente a través de sus más de 30 libros editados, pero también gracias a la reivindicación de economistas fundamentales del siglo XX, como John Maynard Keynes.

Vera Sonja Tomys, una de las hijas de Silvio Gesell, escribió en 1991 una suerte de ensayo acerca de las teorías económicas de su padre, para el Museo y Archivo Histórico local. Un gran texto que explica de manera intensa pero sencilla no sólo las propuestas de Silvio, sino también las estimulaciones que lo empujaron a consagrar largas horas de su vida al estudio el complejo mundo de las finanzas, el dinero, los salarios y los precios.

Lo publicamos en PULSO GESELINO hoy, 17 de marzo. El día aniversario del nacimiento de Silvio Gesell, sucedido en 1891 en Sankt Vith (entonces Bélgica, hoy Alemania).

 

LAS IDEAS ECONÓMICAS DE SILVIO GESELL (1991 – Vera Sonja Tomys)

Más de 100 años han pasado desde que, en 1891, Silvio Gesell comenzó a investigar lo que es en esencia el dinero y a publicar sus propuestas, su “Orden Económico Natural”. Propuestas que, más y más, se van confirmando como el único camino viable para la solución de los problemas económicos que afligen a todo el mundo y que, inexorablemente, se vuelven más y más amenazadores. Más de 100 años colmados de horrores confirman en todos los casos las predicciones de Silvio Gesell.

Es el dinero lo que hace posible la división del trabajo. La humanidad depende hoy absolutamente de que el dinero cumpla en todo momento su función social: ser medio de cambio confiable de bienes y servicios, y lo haga regularmente, a un ritmo constante, sin interrupciones, indefinidamente.

Los descubrimientos y proposiciones de Silvio Gesell son muy simples: nuestro dinero actual no cumple, ni cumplió a través de la historia, con estos objetivos primordiales. Y las consecuencias fueron y son aterradoras.

Siempre de nuevo, dificultades económicas provocan revoluciones y guerras en todo el mundo.

El dinero fue en su origen una mercadería codiciada, que se cambiaba por otra. Era la demanda como mercadería, como material, lo que le confería “valor”. Porque “valor” no es, desde el punto de vista de la economía, una propiedad en sí de las cosas, sino un producto de la demanda por esas cosas. Sean éstas dinero, oro, materias primas, máquinas, edificios, tierras, trabajo, obras de arte. Lo que fuere.

El hecho de que no es posible adaptar la cantidad de oro a la cambiante demanda de dinero de la economía, lo hace inservible para cumplir cabalmente la función de dinero. Porque si el oro escaseara, caerían los precios. Y si se ofrece demasiado oro se produce inflación. También con oro como moneda, la cantidad de oro circulante determina su “valor”.

La cantidad de dinero debe ser adecuada a las necesidades del mercado. (No a su necesidad de crédito, ¡que con precios en suba es infinita!). Para mantener estable el nivel general de los precios, esa necesidad esencial para la justicia social, para todos los que participan en la vida económica, el dinero debe ser exclusivamente medio de cambio. Debe ser un medio de transporte público que permite la transferencia e intercambio de bienes y servicios, que en su cantidad se pueda adaptar permanentemente a las cambiantes necesidades de la economía del país al que sirve.

La autoridad monetaria tiene que establecer con la mayor precisión las tendencias del nivel general de precios, y nivelarlo retirando dinero si la tendencia es a la suba y agregando dinero si es a la baja, controlando así la cantidad de dinero en el mercado.

Pero, para mantener el nivel de precios en equilibrio, esto no es suficiente. Aparte de la cantidad de dinero en circulación, es la velocidad a que éste circula lo que determina los precios, frente a una determinada cantidad y necesidad de mercaderías y servicios ofrecidos.

Es absolutamente imposible lograr una economía sana y mantenerla en el tiempo, si no se puede mantener bajo control la cantidad de dinero circulante y su velocidad de circulación. Esta última es incontrolable con el dinero tradicional. Incontrolable y además, por ser dependiente de las expectativas, ¡peligrosamente influenciable!. Basta un rumor.

El ejercicio o no de este control por parte de la autoridad monetaria es visible para todos en el equilibrio del nivel de precios. La moneda de un país no necesita otro respaldo que lograr y mantener ese equilibrio en todo momento. De éste depende el mantenimiento del pleno empleo y del poder adquisitivo de los ahorros. Es decir, la libertad y la seguridad del individuo y la justicia social.

La economía es un proceso dinámico, que el dinero como medio de intercambio hace posible y mantiene en movimiento al circular. Este proceso dinámico depende de las cualidades del dinero y de cómo el individuo reacciona a ellas. Pues lo que lleva al hombre a dar su dinero a cambio de algún bien o servicio o como crédito a otro, es que hacerlo le resulte conveniente.

En cualquier sistema monetario esa conveniencia es el motor de la economía. Con moneda estable, el incentivo es la rentabilidad, el interés. Pero dar interés no es una cualidad intrínseca del dinero. Solo puede obtenerse interés mientras no haya suficiente capital en oferta como crédito. ¡Pero trabajo ininterrumpido, especialmente con la ayuda de la técnica actual, crea capital!. Siempre más capital, hasta que las tasas de interés caen. Si el dinero entonces, sin daño para su dueño, puede ser retenido fuera de la circulación, será retenido. Con ello, la economía es frenada: empresas se encuentran sin demanda de sus productos, tienen que despedir empleados o cerrar definitivamente. La situación de los que aún conservan su trabajo se vuelve insegura; la de los deudores y también acreedores, insostenible. Pues la oferta reducida de dinero hace caer los precios y nadie puede producir, comprar o vender a precios que mañana serán más bajos. Y para peor, en este proceso, ¡se va haciendo más y más conveniente retener dinero en la mano!. Este círculo vicioso conforma las crisis periódicas que se repiten siempre de nuevo desde que el dinero fue inventado.

Para evitar que esto suceda, es decir que pueda ser conveniente retener dinero fuera de la circulación, las actuales autoridades monetarias en todo el mundo devalúan sistemáticamente el dinero aumentando la cantidad emitida (a costa de aquellos que, como los asalariados, retienen su dinero en la mano). Un poco, donde se respetan reglas estrictas. Sin limites, donde no es así.

Esto hace que al dueño del dinero le convenga devolverlo a la circulación lo antes posible para no sufrir las consecuencias de la inflación resultante. Esto crea un nuevo círculo infernal: para mantenerse, la economía debe crecer indefinidamente sin detenerse. ¡Sin poder detenerse en el límite natural! El límite natural que es la satisfacción de las necesidades y deseos del individuo, que con este sistema jamás puede decir: tengo suficiente, me siento seguro.

Esto exige ya hoy, visiblemente para todos, una revisión del sistema económico mundial, pues este crecimiento antinatural pone en peligro a toda la tierra, con toda la vida que sostiene. También en países bien administrados. Lo que sucede cuando se emite dinero sin límites lo vivimos en nuestro país, lo vivió la mayoría de los pueblos del mundo. Lo temen todos. Todo eso vuelve tan actuales las propuestas de Silvio Gesell. Regular la cantidad de moneda en circulación según el nivel de precios exactamente establecido, de modo que estos no suban ni bajen. Indefinidamente.

Y tal vez aún más importante: asegurar una circulación regular del dinero por medio de un impuesto pro-circulación, que se cobra en fechas determinadas por el azar, de manera que pueden vencer en cualquier momento, sólo sobre el dinero que, en esa fecha, uno tenga en la mano. La posibilidad cierta de que uno tenga que pagar ese impuesto consigue que sea conveniente volver a invertir el dinero de inmediato o llevarlo al banco, el que también se apresurará a convertirlo en crédito lo antes posible. Este impuesto sólo debe ser lo suficientemente alto para lograr su objetivo. No más.

Circulación monetaria regular con nivel de precios equilibrado significa poder adquisitivo constante y seguro para los ahorros no retenidos fuera de la circulación, y lograr el pleno empleo para todos los que quieran trabajar, y a la vez seguridad para aquellos que han ahorrado lo suficiente para cubrir sus necesidades y quieran retirarse del mercado laboral por un tiempo o definitivamente.

Estas son las bases de una economía sana, pues así desaparece la especulación con el dinero. Si hay suficiente capital en oferta, el interés que se pague aún es algo muy legítimo: una justa retribución al riesgo donde éste existe y gastos de administración del crédito.

Las crisis periódicas, el interés como ganancia sin esfuerzo, el “capitalismo” que los socialistas achacan al liberalismo, son sólo productos de una situación de mercado: de la escasez de capital ofrecido, de la falta de motivación para que el dinero cumpla su función.

Hay sin embargo otra “mercadería” con la cual la especulación es posible. Una mercadería que es cada vez más escasa, pero de la que depende la existencia de cada ser humano: la tierra. Por eso la propiedad privada del suelo es en sumo grado malsana. En todas partes la tierra está cargada de hipotecas, lo estuvo a través de toda la historia. Y el estado confisca el fruto del trabajo de los campesinos con impuestos que no pueden evadir. Prácticamente, como sucede en USA., en cuanto se produce una crisis, la tierra y todo lo construido, animales y máquinas, es de los bancos, y los “dueños” son solo esclavos.

Porque es, y siempre fue así, Silvio Gesell propuso: toda la tierra debe ser propiedad comunitaria, cada habitante debe poder arrendar una parte a las mismas condiciones que los demás. El precio de lo que se arrienda lo determina el mercado.

Todo lo que el arrendatario, en el marco de una legislación cuyo objetivo debe ser la conservación del suelo y del medio ambiente en general, crea y construye sobre esa tierra, también el mejoramiento del suelo, es suyo. Puede venderlo o transferirlo en herencia o darlo en garantía por un crédito. Pero la tierra misma, no.

La renta territorial así recaudada por la administración pública pertenece, en justicia, a las madres. Sin madres, la tierra no tendría valor alguno, ¡ellas producen la demanda! A las madres debe ser distribuida, de acuerdo con la cantidad de niños que críen. Después de una justa indemnización de los propietarios actuales.

Con la realización de estas propuestas, la economía se adecua a la naturaleza del hombre tal como es. Cada ser humano tiene entonces acceso a la tierra sobre bases justas, iguales para todos. Y conseguir el capital para su emprendimiento solo depende de su propia confiabilidad. Desaparece la desocupación y con ello el temor de perder el empleo. Con la seguridad de los ahorros, cada uno puede calcular cuándo lo que tiene, le alcanza.

El libre comercio y competencia, ya no envenenado por privilegios injustos, será realmente libre.

Y la seguridad social de cada uno queda en su propia mano. Un hombre realmente libre es solidario.