Castañas de Cajú en El Ventanal: una experiencia personal
La banda de La Plata se presentó el fin de semana en el Centro Cultural donde funcionaba el mítico Cine Gran Gesell. Crónica de la periodista Carolina Selicki sobre el show del grupo que alguna vez realizó trabajos en la escuela rural de Macedo.
Por Carolina Selicki Acevedo (@caroperio)
Dicen que los encuentros no son casuales, a veces tardan un poco en llegar pero cuando eso sucede se convierte en el momento exacto en que debía ocurrir. Un ejemplo de esto fue el show de anoche de la banda platense Castañas de Cajú (y debería agregar latinoamericana). Es que hace dos años llegó a mi «bandeja de entrada» una gacetilla que promocionaba a la banda en Mar del Plata, adjuntado un video de «Canción pal’ mate», tema del primer disco «Entrelunalashojas». Me gustó mucho, busqué otros temas, los escuché pero más de 400 kms. me impedían asistir. Mientras, disfruté de las múltiples propiedades de este tipo de nuez originaria de Venezuela y del nordeste brasileño.
Esta semana, dos años más tarde, vuelve su nombre subido a una combi con tres destinos programados, uno de ellos: Villa Gesell, en el C.C. El Ventanal. Y como cuando se recuerda una cuenta pendiente, viene a mi cabeza ese tema primero, ese mail archivado, la nota que no fue. Alegre coincidencia. Villa Gesell una vez más propiciando los encuentros, en un contexto que seguiré afirmando como único. Para la banda también era el debut en la ciudad, que sin dudas los recibió con ganas de un «otra» «otra».
Y así fue que luego de una entrevista previa, radio mediante, asistí al recital con la ventaja de poder disfrutar de su música sin la presión de la crítica periodística que suele quitarle naturalidad y fluir a la mirada. A veces es necesario olvidar ese rol, ser uno más del público.
Esa noche, entonces, dejé que la música sea la protagonista, olvidé la cámara de fotos, viajé con sus multiintrumentistas y voces, donde el espíritu lúdico se mezcló con la perfección del oído atento. Cada uno era parte de un engranaje dispuesto a «auto-destruirse», sabiendo hacer de un desperfecto técnico la excusa para la anécdota, la cercanía con el público, y la búsqueda musical más allá de los límites aparentes. Un rasgueo que parecía acariciar la cuerda, un bandoneón que al sonar acaparaba miradas, los matices de sus intérpretes, el rock, la murga, el candombe, el folklore, el tango y más fueron envolviéndonos con un destello de «campanitas» y berimbao. Seguirlos sin perder detalle no fue simple, porque ellos pese a sus mensajes detrás de cada letra, a su simpleza emanada por los poros, son complejos. La banda conformada por Andrés Castellani (en su variada y sorprendente percusión), Ramiro Florentín (Voz, bandoneón, clarinete y sigue la lista), Juan Pedro Dolce (en voz, composición y guitarras), Facundo Codino (voz, bajo de 6 cuerdas, contrabajo, composición) y Joaquín Zaidman (batería y bombo legüero) nació en 2008, desde una amistad que fue más allá de lo aprendido en la Facultad de Bellas Artes para mutar en escenarios de Festivales como el de «la música popular» junto a Liliana Herrero, Acá seca, entre otros, hasta la realización de talleres en instituciones en contexto de aislamiento socio-cultural como la Escuela rural N° 18 de Macedo (Madariaga), Instituto de Menores de Régimen Cerrado «Dique» (La Plata) o el Instituto de Menores de Batán (Mar del Plata). Castañas de Cajú podría definirse -aunque ellos digan que no encuentran modo de hacerlo, de definir genéricamente su música- como un laboratorio musical, donde la exploración, el estudio y la sincronía son eje de un abordaje que intenta traspasar la Argentina, para demostrar una vez más que la música es libre, es portavoz, es bandera transfronteriza.
Hace unos días, Juan Pedro Dolce decía en la FM Municipal de Villa Gesell: «Consideramos la canción, a la música, como una pequeña resistencia». Y no es menor esa batalla si consideramos la trayectoria de esta banda que de un modo independiente milita a través de este arte tan necesario. Su segundo disco la evoca desde el título: «Pequeñas resistencias» y el arte de tapa, donde además de su original presentación -las letras de las canciones emergen detrás de fotografías, cual Polaroids- unas hojitas verdes nacen de entre el asfalto de una ciudad que puede ser cualquiera en el mundo. Cada imagen trae aire de esperanza -desde las zapatillas que corren tras la pelota en «El niño relator» con letra y música del uruguayo Mauricio Ubal- hasta la emotiva «Allí estará tu abrazo» de la que vale resaltar un fragmento: «Si el canto se hace fuerte los ecos de tu muerte callarán/ y el agua de tu río seguirá regando las florcitas del jardín».
¡Buen viaje! Que Brasil los reciba con su aire tropical, su alegría y su hermandad, que el mundo cultive más «Castañas de cajú». Porque volver al origen es un modo de renacer y en estos tiempos la resistencia no será sin la acción.