Dictadura en Villa Gesell: Marea negra
Aunque ya pasaron más de tres décadas, es aún escasa la información que se tiene sobre los puntos más oscuros de la última dictadura en nuestra ciudad. Por eso recordamos este 24 de marzo con “Marea negra” la intensa investigación publicada en el libro “Historias de Villa Gesell”.
MAREA NEGRA: la dictadura en Villa Gesell
(CAPÍTULO DEL LIBRO «HISTORIAS DE VILLA GESELL»)
La decisión desconcertó a todos. Fundamentalmente, a quienes aseguraban que la elección iba a recaer en algún vecino. Dos semanas antes del acto de asunción, el gobierno militar de la provincia de Buenos Aires anunció en junio de 1978 que el primer jefe administrativo de Villa Gesell como Municipio Urbano iba a ser Roberto Esteban Pidal, un comisario de la Policía Federal. Los geselinos sabían de Pidal probablemente lo mismo que Pidal de Gesell: nada. Los promotores del desconocido líder destacaban entre sus antecedentes más ilustres la Jefatura de Seguridad Metropolitana durante la presidencia de Isabel Perón, teniendo bajo su cargo la custodia de la mandataria durante sus desplazamientos en la ciudad de Buenos Aires. También realizaba y firmaba informes secretos sobre el accionar del ERP, pero eso no lo contaban.
Pidal venía acumulando méritos en la fuerza desde mucho tiempo antes. En la anterior dictadura, había sido el Jefe del Departamento de Información de Políticas Antidemocráticas de la Policía Bonaerense. En 1968, ya como Comisario de la Seccional 19 de Palermo, dirigió una violenta represión mientras se realizaba un homenaje a Hipólito Irigoyen en el Cementerio de Recoleta. El operativo desplegado fue cinematográfico: incluyó miembros de Infantería, soldados, efectivos policiales, patrulleros, dos carros de asalto y hasta un camión hidrante. La misión era impedir que 150 simpatizantes del expresidente radical colocaran una corona sobre su tumba. Deudos, periodistas y hasta puesteros de flores no fueron ajenos a la biaba de órdago, minuciosamente descripta por varios diarios de la época.
Su impiedad a la hora de ejecutar órdenes superiores le permitió a Pidal participar de represiones históricas, como la Masacre de Ezeiza, en donde la derecha peronista, junto a grupos armados y distintas fuerzas de seguridad, atacó a militantes de izquierda el día que Juan Perón regresaba definitivamente al país tras 17 años de exilio.
A diferencia de Pinamar y la Costa, los otros flamantes distritos autonomizados de la zona (en este caso, desprendidos del Partido de General Lavalle) el gobierno de facto provincial no eligió para la Villa a un abogado, sino a un hombre de extracción policial. Antes de asumir como Delegado Municipal, Pidal mantuvo su primera reunión de Gabinete en la Terminal de Ómnibus. Los jefes de las distintas áreas provenían de la delegación municipal que Madariaga tenía en Gesell, aunque Pidal pudo incluir a tres personas de su confianza: los policías Rubén Muscarelli y Aquiles Delio, que se encargaban de su seguridad personal, y Alfredo Moyano, primer Secretario Municipal.
Pidal firmaba y se presentaba como Intendente, aunque esto no era cierto. Desde el punto de vista administrativo, era apenas un delegado del Gobernador, aunque políticamente excedía incluso las funciones del Poder Ejecutivo ya que también tenía facultades legislativas. Pese a nunca quedaron en claro sus virtudes como administrador municipal, Pidal siguió ganándose la consideración de sus padrinos políticos y militares, sobre todo a fines de 1978 y principios de 1979, cuando dispuso el operativo para encubrir uno de los momentos más penosos de la historia geselina: la aparición de distintos cadáveres en la playa.
En diciembre, el mar suele amanecer calmo. Como si aprovecharan sus últimos instantes de tranquilidad antes de la temporada, las aguas se mecen con relajo, regalando una música suave y dejando la estela de espuma tras su retirada. Sin embargo, una presencia extraña quebrantó la amabilidad en esos días de 1978. A veces, el océano parece comportarse como el organismo humano, eliminando lo que no necesita, lo que lo excede o lo que le fue introducido a la fuerza. Eso fue lo que sucedió entre diciembre de 1978 y enero de 1979, cuando el mar comenzó a vomitar cuerpos. Primero uno, después otro, y luego varios más. Nunca se pudo precisar el número final, aunque los testimonios hacen pensar en no menos de diez. Una postal espeluznante: de repente, las orillas se convirtieron en una especie de morgue regada con cuerpos hinchados y azules, algunos mutilados.
“Recuerdo seis cadáveres, pero no se podían identificar. La mayoría tenía las manos cortadas o le faltaba la cabeza. Además estaban deteriorados por la acción del mar y de los peces. Fue algo horrible. Nos pidieron que los dejásemos en un pasillo de la Comisaría. Los apilaron ahí y después no supimos nada más”, le contó Ernesto Manzo a la periodista Agustina Blanco en una investigación que Canal 2 hizo sobre la última dictadura en Gesell. Manzo era miembro del incipiente cuerpo de Bomberos Voluntarios local, formado por nueve jóvenes que llegaron ese día a la playa, a la altura del paseo 150, sin imaginar lo que estaban por ver. No fueron los únicos que observaron ese espectáculo doloroso: en el mismo programa, el guardavidas Humberto Flores contó que “una vez, estábamos pescando con un amigo y aparecieron restos humanos en bolsas, incluso una cabeza. No nos dio miedo, sino tristeza”.
En secreto, la mayoría de esos cadáveres se enterraron como NN en distintos cementerios de la zona. Permanecieron en el anonimato de la impunidad durante tres décadas, hasta que el Equipo Argentino de Antropología Forense (EAAF) los exhumó y pudo comprobar una vieja sospecha: esos cuerpos pertenecían a víctimas de los siniestros vuelos de la muerte, cruel final que el Proceso le dio a muchos desaparecidos.
El EAAF es una ONG creada en 1984 como respuesta a la necesidad de identificar tumbas NN sospechadas de contener restos de desaparecidos. El equipo, con gran prestigio a nivel mundial, llevó su trabajo al resto de Latinoamérica, Bosnia, Angola, la ex Yugoslavia y Kurdistán. En este caso en particular el EAFF pudo proceder gracias a que la Cámara Federal de Apelaciones en lo Criminal y Correccional de Buenos Aires autorizó la exhumación de quince cuerpos encontrados a fines de 1978. Nueve de ellos pudieron identificarse: la monja francesa Léonie Duquet y las Madres de Plaza de Mayo Azucena Villaflor, Esther Ballestrino y Mari Ponce eran algunas de ellas.
Se cree que todos esos cuerpos pertenecían a personas secuestradas en el centro clandestino de detención El Olimpo que luego fueron arrojados desde aviones, ya que las pericias indicaron que las lesiones eran “compatibles con las provocadas por caída en altura y su impacto contra un elemento sólido (como el mar)”. Según reconstruyó el fiscal Federico Delgado tras escuchar a más de 600 testigos, los vuelos de la muerte eran realizados con aviones de la Fuerza Aérea, desde los cuales se arrojaban a “hombres y mujeres, siempre encapuchados o tabicados, esposados entre sí, con ropas sucias, en estado conciente; caminaban en fila ayudándose mutuamente y tenían aspecto muy deteriorado”.
Uno de los nueve identificados es el que tantos años estuvo enterrado en Gesell. Se trataba de Santiago Bernardo Villanueva, desaparecido desde que fue secuestrado de su casa el 26 de julio de 1978, a los 32 años de edad. Villanueva estudiaba Ingeniería Mecánica en la Universidad Tecnológica Nacional y trabajaba en el centro de cómputos del Banco Ganadero como operador. Además militaba en la Juventud Universitaria Peronista y tenía dos hijos. Primero estuvo en centro clandestino de detención El Banco, luego en El Olimpo. El 8 de diciembre lo trasladaron hacia la muerte y su cuerpo apareció una semana después en orillas geselinas. Descubierto por el EAAF, el cuerpo de Santiago Villanueva fue enterrado finalmente en el cementerio de la Chacarita el 13 de abril de 2008, casi treinta años después de haber sido ultimado brutalmente y sepultado sin identificación alguna.
El periodista Eduardo Anguita (cuya madre, Matilde Vera, fue secuestrada el 24 de julio de 1978 y desde entonces permanece desaparecida) mantuvo un encuentro con un sepulturero del cementerio de Villa Gesell, quien, recordando la época de la dictadura, “contó con orgullo que lo había visitado ‘el general de brigada Carlos Martínez’ y destacó que era hombre de caballería y que él mismo adoraba los caballos. Incluyó en sus dichos que Martínez, a la sazón jefe de Inteligencia del Ejército, nada menos, le había “regalado una placa”. El sepulturero murió y Martínez luego fue preso. No es difícil pensar los motivos que llevan a los generales a un cementerio en tiempos de desaparición sistemática de personas”. Quedará por siempre la incógnita sobre el nombre de los otros cuerpos encontraros en la playa. Al igual que los enterrados como NN, el comisario Pidal se llevó sus propios misterios a la tumba.
(El texto pertenece a “Marea negra”, capítulo del libro “Historias de Villa Gesell”. Más info: http://historiasdevillagesell.wordpress.com)