La historia de Atlético-San Lorenzo, el clásico de nuestra ciudad
Desde que se enfrentaron por primera vez en 1977, ambos equipos encarnan la ceremonia suprema del fútbol geselino: el clásico. A pocos días de una nueva edición, repasamos la historia del derby local a través del capítulo dedicado en el libro “Atlético Villa Gesell, 40 años de vida”.
Texto de Juan Ignacio Provéndola | Fotomontaje de Juan Ignacio Papaleo | Uno se fundó primero, el otro ganó más partidos. Uno tiene su cancha en la zona céntrica, el otro en los límites de la ciudad. Uno llevaba más personas, el otro conseguía más vueltas olímpicas. Pero las diferencias desaparecen cuando se tienen enfrente. Dos veces al año, canarios y cuervos se entregan a la ceremonia más suprema del fútbol geselino: el Clásico.
Aunque ahora lo supera ostensiblemente en campeonatos ganados, Atlético estuvo casi dos décadas empardado en títulos con San Lorenzo. Hasta que el Canario alcanzó en 1989 su segunda vuelta olímpica, ambos equipos geselinos poseían solo un título. Por eso, durante mucho tiempo, la única forma de acreditarse el dominio futbolístico de la ciudad era a través de los clásicos.
Según un relevamiento que hizo Carlos Salvarezza entre las actas históricas de
Como todo Clásico, este también supo excederse de las marcas de cal a través de disputas ajenas al fútbol. La ubicación geográfica de ambos alentó en algunos la idea de que Atlético, ubicado en el centro, representaba a las clases pudientes, mientras que San Lorenzo, sobre el margen oeste, a los sectores más populares. Una antinomia absurda a la luz de las incontables oportunidades en las que un jugador lució con idéntico esmero una y otra casaca, sin mencionar las veces que un vecino le cedió sus mejores al otro cuando este representaba a la ciudad y a
Asimismo, el escenario local no pudo abstraerse de una coyuntura general que convirtió el ritual de ir a la cancha en una experiencia de riesgo. Así, vemos con tristeza y asombro los operativos policiales que desde hace años se despliegan para evitar incidentes entre vecinos que, quizás, más tarde, se crucen en un bar, en la cola del banco, o haciendo las compras en algún mercado.
Pero aunque muchos se empecinen en demostrarnos lo contrario, la pasión no se manifiesta maldiciendo al que levanta banderas que no son las propias. El amor genuino a una camiseta también se expresa a través del sentido de pertenencia que desarrollaron familias enteras, legando de generación en generación el orgullo por defender los colores del club que siente propio. Una maravillosa evidencia que exhibe al fútbol como un poderoso generador de identidad cultural en el contexto de comunidades tales como las que integran
Uno luce amarillo. Al otro, azul y rojo. No hay contratos descomunales ni partidos televisados. Solo tienen la pilcha puesta y la posibilidad de verse dos veces al año, una vez en cada cancha, para seguir abonando a la mitología doméstica a través de choques épicos y victorias agónicas, también de festivales de expulsados y trifulcas insólitas, vueltas olímpicas en la cara del rival o campeonatos arruinados al vecino. Bien valga entonces este pequeño rescate de los fanatismos inocentes, aquellos que nos conectan con lo más lindo de nuestras pasiones.
El texto pertenece a “Atlético vs. San Lorenzo: el Clásico de