Buscando el faro que nos oriente hacia lo geselino

La discusión abierta sobre la utilidad de la Reserva Querandí expuso a la comunidad geselina a algo más que un debate político. Esencialmente, la sociedad se vio atravesada por cuestiones de carácter identitario, simbólico, emocional. ¿Qué es lo que proyectamos cuando hablamos del Faro, la más antigua de las construcciones del actual Partido de Villa Gesell?

Por J.I.P. | Siempre me pregunté por qué, durante los quince años entre el jardín y el secundario, me llevaron cinco veces a Mundo Marino y ninguna a la Reserva Querandí. No entiendo qué hacía mejor, o más interesante, a un lugar por encima de otro que es más natural y, encima, está cerca. Un lugar que alberga a cientos de especies animales y vegetales, aves, mamíferos, insectos, plantas y peces desde las orillas del mar hasta las verdes profundidades. Uno de los últimos reservorios de dunas del planeta y, además, un sitio con relevancia en el equilibrio ambiental de toda la región. Un festival de la naturaleza regido, además, por un faro emblemático: emplazado originalmente en 1916, el Querandí es la construcción más antigua de todas las que existen en el Partido de Villa Gesell.

Sin embargo, la Reserva Querandí está mucho más lejos de lo que la distancia indica. Por empezar, presenta un acceso complicado, únicamente por la playa y en vehículos aptos, excluyendo a mucha gente de la posibilidad de trasladarse fácilmente. Además, los históricos inconvenientes para afectar a la zona de herramientas y recurso humano idóneo fueron mellando en el mantenimiento de un lugar que no “invita” a conocerlo. Es habitual que el faro, por diversos motivos, llegue a estar cerrado, información que se obtiene únicamente yendo al lugar al que se va, justamente, para subir al mismo. No es una situación agradable y bien lo saben quienes lo padecieron.

Además del valor ecológico, el lugar encierra una épica poderosa que el tiempo fue olvidando. Aquella a través de la cual Villa Gesell finalmente pudo hacerse poseedora de toda esa zona de más de 5 mi hecáteras (ante el interés de un propietario privado), lo cuál ameritó un intenso trabajo político para resolver un conflicto judicial que parecía insalvable. Ocurrió a mediados de los ’80 y los nostálgicos siempre lo recuerdan señalando que todas las fuerzas vivas habían hecho el esfuerzo de ponerse de acuerdo en beneficio de la comunidad, como si se tratarse de una especie de demanda moral y ciudadana. No se registran muchos antecedentes similares en nuestra historia.

Lo cierto es que Villa Gesell, a lo largo de los 75 años que cumplirá en diciembre, creció a espaldas de esa zona increíble. La ciudad, su sociedad, la población, nunca consideró al faro y su reserva como algo realmente propio. Pero no es un problema estricto de la Reserva: este debate trasunta una discusión aún más profunda sobre lo que consideramos “geselino”. ¿Se puede hablar de un elemento que defina a “lo geselino”? ¿Cuál es? O, mejor dicho, ¿dónde está?: ¿En el relato de Carlos Gesell? ¿En los pioneros? ¿En la playa? ¿En el mito hippie? ¿Ó en sus actuales habitantes, diversos y numerosos? Hasta el momento, nadie encontró una respuesta que merezca consideración.

Todos estos interrogantes pendientes sobre la identidad geselina parecen sintetizarse y dinamizarse en el debate abierto sobre la Reserva, que más allá de los argumentos técnicos y jurídicos, también se proyecta sobre un terreno simbólico y emocional. Porque la discusión, esencialmente, no es de carácter político, sino filosófico: nadie parece tener bien en claro qué conviene o no en los términos planteados (anclado en los ejes: conservación natural + turismo + beneficio económico), sino que la tensión vibra por otro lado. La grieta se abre en un punto tal vez más interesante y enriquecedor que aquellos anteriores, porque expone a los geselinos a verse y a pensarse a sí mismos.

Los ejercicios que cada ciudadano hace de proyección social (es decir, de entenderse parte y forma de una comunidad) requieren también de un componente previo de abstracción individual, normalmente vinculado a cuestiones de carácter identitario y emocional. Ahí es donde se disparan las disidencias entre lo que parece haberse reducido a dos bandos: quienes están a favor de que sea un Parque Nacional, y quienes no. O quienes pretenden que siga perteneciendo a Villa Gesell, y quienes no. Cada cuál lo mirará desde su lugar y a partir de allí todo devendrá en discusión.

Más allá de la decisión final que se tome sobre este asunto, sería interesante que esta incipiente sensibilidad (francamente inédita) se siguiera profundizando. Muchos han señalado que las ciudades terminan de “cerrarse” cuando logran consolidar una masa crítica visible, lúcida e influyente. Que sea capaz de imaginarse en un yo inclusivo, que tenga cierta conciencia colectiva. Y que, en una de esas, logre que un pibe de un colegio pueda conocer la Reserva Querandí en vez de Mundo Marino.