Carlos Gesell según Argentino Luna: “Tenía el rostro de Hemingway”

En una entrevista recientemente divulgada que años atrás le hizo el humorista Luis Landriscina, el músico madariaguense describe a Carlos Gesell y a la Villa a la que se vino a vivir de pequeño. Aquí, tal como cuenta Luna en el reportaje televisivo, afianzó su relación con la música y con la guitarra a partir del vínculo con peones santiagueños y correntinos.

Por J.I.P. | “Yo crecí junto a un señor llamado Carlos Idaho Gesell. Un hombre muy particular. Su rostro era muy parecido al de Hemingway. Así, con sus ojos azules. Un hombre que cuidaba la ecología, en aquellos años. Estoy hablando de 50ypico de años atrás. Creía que los pájaros debían andar sueltos, que todo el bicherío que anda arrastrándose por el suelo tiene un por qué, tiene que ver con el movimiento natural de la vida. Ese era Carlos Idaho Gesell”, comienza diciendo Argentino Luna.

Eso puede verse en una entrevista recientemente divulgada que le realizó el humorista chaqueño Luis Landriscina años atrás en “Prestame la oreja”, programa que su hijo Favio condujo durante varias temporadas en señales de cable.

El imperdible reportaje tiene unos seis minutos de duración y se completa con imágenes de nuestra ciudad y “Villa Gesell del recuerdo”, la canción más emblemática que el entrañable Rodolfo Giménez le compuso al lugar en el que se crió. Hubo, hay y habrá muchos madariaguenses en la Villa, pero ninguno fue más geselino que Argentino.

La entrevista se realiza en un lugar sobre la costa de Uruguay que al Negro Luna lo vincula automáticamente con la Villa Gesell de su recuerdo: “Aquí estamos sobre una orilla, en este caso del Río de la Plata, y alrededor hay mucho eucaliptos. En Gesell yo también estaba sobre la orilla del mar, con mucho pino alrededor”, describe Argentino.

Landriscina, que evidentemente conocía la historia de Argentino Luna, le pregunta sobre su padre, quien conoció a Carlos Gesell en un tren. “Mi papá era un paisano de Madariaga que andaba a caballo. Un hombre acostumbrado a los establecimientos rurales, a las estancias. Alambrador, esquilador, domador… recorredor de los campos”, cuenta Luna. “Una vez tomó un tren que iba de Madariaga a Juancho, y se sienta enfrente a un señor. Mi papá era muy conversador, un paisanito criollito, respetuoso, trabajador, soñador de cosas. Y empezó a hablar con el señor. El tipo le cuenta lo que estaba haciendo y, al escuchar sus oficios, le dice que tiene mucha gente trabajando y que quería que se hiciera cargo de ellos. Y así fue: mi papá fue de capataz y mi mamá como cocinera de un campamento de 70 personas. Fuimos a una Villa Gesell que tenía sólo ocho casas, mucho viento… y mucha arena. Todo lo que comíamos, venía con arena”.

En la entrevista, Argentino Luna recuerda las primeras tareas de su papá en la incipiente Villa Gesell: “Hacía una raya con el pie entre los médanos, y detrás iban los peones. Me acuerdo de Guzmán, Gorozo, Carabajal… correntinos, santiagueños, catamarqueños y entrerrianos. Todos iban poniendo en esa zanja semillas de pinos, mariloto, uña de león y chala sobre los médanos. Después de varios días de trabajo, venían vientos fuertes y les volteaban todo. Y otra vez colocando eso. Hasta que alguna semilla prendía. Y hoy es eso, Villa Gesell”.

A la Villa no llegaba los diarios y sólo había una radio en los campamentos. Pero los peones tenían algo más preciado: una guitarra criolla. Y así llegaba a los oídos de Argentino Luna música de todo el país: “Los santiagueños cantaban: “cuando salí de Santiago, todo el camino lloré”. Yo tenía siete años y los veía con lágrimas en los ojos. Ya había Carabajales por ahí. Los entrerrianos hacían chamarritas, los correntinos hacían Mercedita, Villanueva, A mi Corrientes Porá, El Rancho de la Cambicha. Ahí me hago yo amigo de la poesía. Y siento que el sonido de la guitarra me emociona y me llena de magia el alma”.

“Escucharlo al Gardel criollo. O a un señor que me decía: “Desde las arenas bailan los remolinos, el sol juega en el brillo del pedregal, y prendido a la magia de los caminos, el arriero va… el arriero va”. Y yo decía: le está cantando a mi papá. Porque papá era resero”, le cuenta Luna a Landriscina.

Después aparecieron dos hermanos, Noel y Alberto Saganía. Uno punteaba, el otro acompañaba, y después ambos guardaban las guitarras en un cuarto. Como no había cerraduras, escondían el picaporte de la puerta. Hasta que Luna averiguó donde lo dejaban: “Cuando ellos salían a trabajar, me le perdía a mi madre, agarraba el picaporte, abría la puerta despacito, me metía, y estaba cuatro o cinco horas con la guitarra. Me lastimaba los dedos. ¡Me ardían! Quería sacar Zamba de Vargas, los punteos de la milonga. Escuchaba mucho a Tormo. El preludio de la Zamba. Todo un misterio para mí. Y un mundo que no me abandona hasta el día de hoy. La memoria es lo más seguro que tengo, y tiene que ver con la guitarra, con Gesell, con el viento, con el peón golondrina. Ahí nació mi historia con la guitarra, con el canto y con la poesía”.

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