A 40 años de su inauguración: Noche de Selección en el Carlos Idaho Gesell
Atlético estrenó su estadio el 11 de enero de 1981 con un amistoso ante la Selección Argentina Sub19, categoría que venía de ganar el Mundial del ’79. Una verdadera fiesta en la que miles de geselinos, además, disfrutaron de un partidazo.
Por Juan Ignacio Provéndola | El diario porteño La Nación describía la obra inaugurada: “Las plateas fueron realizadas en madera dura y las butacas son de polipropileno, con pequeños respaldos. Las tribunas populares se efectuaron detrás de cada arco con una estructura portante de ladrillos cerámicos. Se construyeron cabinas para periodistas, estacionamiento para vehículos, baños públicos y vestuarios, éstos últimos revestidos de azulejos y con pisos tipo linolco. Además, la iluminación del campo se materializará a través de seis torres colocadas estratégicamente”. El artículo periodístico no refería a un moderno estadio europeo, sino a la flamante casa del Atlético. El 11 de enero de 1981, el Canario cristalizaba uno de los sueños de todo club amateur: inaugurar formalmente su propia cancha.
Un anhelo que Atlético perseguía desde su misma creación. La humilde pero entusiasta Comisión fundadora dio los primeros impulsos en 1973, anunciando la intención de realizar una cancha de fútbol grande, otra chica y una de vóley, además de una pista de atletismo. Todo esto era parte tan solo la primera parte de un proyecto que luego continuaría con una cancha de básquet, una pista de patinaje, un parque de recreación con juegos infantiles, biblioteca, confitería y sala de conferencias.
En los albores de Villa Gesell como ciudad (su crecimiento demográfico empezó a acelerarse a partir de esa década, la de los 70’), los deseos se proyectaban entre médanos, el mar, calles de arena… o sobre un inmenso fangal con plantas pantanosas y algunos patos. Así de salvaje e indomable era la geografía del pueblo a medida que uno se alejaba del norte histórico y del mar, atravesando una diagonal hacia el sur y hacia el oeste.
Lo cierto es que aquella voluntariosa Comisión Directiva puso manos a la obra, la mayoría de las veces en sentido literal: organizándose para rellenar y nivelar ese amplio terreno pantanoso entre el Boulevard, la 8, la 110 y la 112. La tierra se la habían pedido al Ingeniero que estaba realizando el camino entre Gesell y Pinamar. Los postres y los alambrados los cargaron con la camioneta Ford de Elvio Luna, que atravesó la ciudad amenazando con volcarse a causa del tremendo peso lastrado. En simultáneo, largas gestiones administrativas buscaban las autorizaciones correspondientes para cortar los tramos del Paseo 111 y de las Avenidas 9 y 10 que atravesaban el terreno del club y lo fracturaban en cuatro partes.
A pesar de que las primeras instalaciones eran aún precarias, Atlético buscó abrir las puertas a toda la comunidad a través de distintas actividades. En 1978 ya se practicaba atletismo y ajedrez, mientras que la modesta cancha de fútbol era utilizada para partidos de rugby y para el entrenamiento físico de varios colegios. Estas iniciativas arrimaron nuevos socios, aunque lo recaudado con las cuotas no alcanzaba para solventar gastos y era necesario acudir a donativos particulares y a préstamos de los propios directivos.
Sin embargo, pocos años después apareció una propuesta privada que proponía financiar las obras anheladas. La empresa FECE ofrecía realizar el estadio a cambio de recibir la concesión de la cancha durante las diez temporadas siguientes. Además, la firma (liderada por el exfutbolista Rubén “Hueso” Glaría, multicampeón con San Lorenzo y mundialista en Alemania ’74) se comprometía no sólo a realizar la construcción de la cancha, sino también a organizar en ella sucesivos torneos de verano con equipos de Primera División.
Como anticipo de tantas promesas, FECE propuso inaugurar oficialmente el estadio con la participación de Atlético y uno de los equipos que luego participaría de un cuadrangular al estilo de los torneos de verano que ya se venían haciendo en Mar del Plata.
El rival del Canario en aquella noche de este fue la Selección Argentina Sub19, que se estaba preparando para el Sudamericano de Ecuador que clasificaba al Mundial de Australia. El cuadrangular oficial (bautizado Copa de Verano Ciudad de Villa Gesell) luego se disputaría entre este equipo, Estudiantes, Racing y San Lorenzo.
En honor a la visita y al hecho de enfrentar a una selección nacional, Atlético decidió bautizar originalmente a sus tribunas cabeceras con los nombres de “Campeón Mundial 1978” y “Campeón Mundial Juvenil 1979”, dos recientes logros futbolísticos que significaban los más importantes que Argentina había conseguido a nivel internacional hasta ese entonces.
Las obras necesarias para la reinauguración demandaron apenas tres meses y aquella noche del 11 de enero de 1981 no cabía un alfiler en el estadio “Carlos Idaho Gesell”. Las tribunas, con una capacidad para 5000 personas, estaban abarrotadas de geselinos ansiosos por asistir a ese inesperado acontecimiento. La ceremonia comenzó con un corte de cinta entre Glaría y el presidente canario Eduardo Castillo, y luego continuó con exhibiciones de gimnasia infantil y de danzas, demostrando el interés del Atlético por abrirse a la comunidad a través de actividades distintas al fútbol.
Por una cuestión obvia de la edad tope, la Selección Juvenil Argentina ya no contaba con ningún jugador del campeón mundial del ’79 (como Maradona o Ramón Díaz, sus figuras), aunque en cambio incluía a futuros campeones de México ’86 como Oscar Ruggeri y Jorge Burruchaga. A pesar de que todas las selecciones nacionales (no solo la mayor) eran dirigidas por César Luis Menotti, el Flaco decidió viajar a Gesell como espectador y delegó el mando en Roberto Saporiti, su ayudante.
El otro banco de suplentes, el local, era comandado por Paco Sanz, entrenador de aquel equipo de Atlético Villa Gesell que, por esa noche, combinó a jugadores propios (Perico Pereyra, Fito Caggiano, Magallanes, Villagra, Prat, Luna, Caffaro y Saganías) con refuerzos de lujo. El más rutilante y a la vez curioso fue el del Pichi Osvaldo Escudero, casualmente campeón mundial en Japón con la selección Sub-19 en 1979 y flamante incorporación de Boca.
El Canario vistió una camiseta muy particular que respetaba sus colores tradicionales, pero dispuestos de una manera excepcional: el amarillo estaba en una franja diagonal que cruzaba el fondo azul. Fue una manera creativa de integrar los tonos de Boca con el diseño de River, los equipos de Primera por los que simpatizaban la mayoría de los geselinos.
Las distintas crónicas de la época cuentan que el Atle comenzó dominando el partido gracias al trabajo del defensor geselino Daniel Gracia y al aporte del ex Racing y Boca Claudio Casares, quien para sorpresa de todos abrió el marcador en favor del local a los 30 minutos. El Seleccionado Juvenil logró el empate sobre el final del primer tiempo por medio del rosarino Juan Urruti y salió en el complemento dispuesto a imponer en la cancha la superioridad que insinuaban los pronósticos. El 11 de enero de 1981 no solo hubo en Villa Gesell fiesta e inauguración: también hubo un partidazo.
A pesar de la embestida, el Canario aguantó el rigor con las atajadas de Carlos Churrupit y la ayuda de los palos, y hasta pudo recuperar la ventaja tras una contra del Pichi Escudero, quien superó a dos rivales, esquivó una patada del portero Sergio Genaro y definió ante el arco vacío. La alegría fue inmensa pero breve: dos minutos después Jorge Rinaldi estableció el empate definitivo y le evitó a Menotti y a Saporiti padecer un papelón mayúsculo en las arenosas tierras geselinas.
El 2-2 final conformó a todos, aunque los resultados siempre son efímeros. Cuando se fue la última persona, se guardó la última pelota, se apagó la última luz y se cerró la última puerta, todo eso se redujo a un recuerdo. Y quedó allí lo verdadero: el reinaugurado “Carlos Idaho Gesell”, portando en cada uno de sus centímetros un pedazo de ese sueño hecho realidad.