Carlos Gesell, el loco que la ciencia no pudo reconocer como tal

Este 6 de junio se cumplió otro aniversario del fallecimiento del fundador de la ciudad. Meses antes de morir había sido sometido a un juicio por insania para poder poner a resguardo sus bienes. Pero los especialistas que lo analizaron no pudieron comprobar la locura, sino en todo caso la genialidad de un tipo que siguió pensando proyectos hasta el último día de su vida.

 

Por Juan Ignacio Provéndola | Carlos Gesell falleció el 6 de junio de 1979 mientras dormía en una cama del Hospital Alemán de Buenos Aires, donde había sido internado a causa de un edema pulmonar. Si bien el cuadro era delicado, su optimismo sobre la situación eran tan alentador que hasta convencía a sus allegados de un desenlace positivo, tal como luego contó su nieta Marta Soria en el libro “Carlos Gesell, mi abuelo”.

La muerte, tarde o temprano, siempre llega, aunque el único momento que encontró para doblegar a este hombre de incomparable vitalidad fue durante su sueño nocturno. Logró, de ese modo, lo que no pudieron las arenas infértiles de la costa atlántica, las violentas sudestadas de invierno, los escépticos que se reían de sus proyectos, las decenas de burócratas del Estado con los que debió lidiar para lograr reconocimiento institucional y el grupo de letrados y científicos que lo juzgaron por una demanda de insania.

Esto último ocurrió en el final de su vida, cuando algunos de sus hijos impulsaron ese proceso legal. “En sus últimos años, muchos se aprovechaban de él, por eso queríamos que hubiera alguien al lado de papá cuando firmaba papeles”, explicó  Rosemarie Gesell en “El viejo Gesell”, el libro Guillermo Saccomanno. Carlos Gesell tuvo tres hijos y tres hijas. En ese momento ya había fallecido Buby y la única que se negó a esa demanda judicial fue Juana Gesell.

El juicio en cuestión tuvo un momento clave: fue cuando sometieron a Carlos Gesell a un interrogatorio de 88 preguntas. Curiosamente, la misma cantidad de años que él tenía en aquel entonces.

Le consultaron sobre sus proyectos e inventos, esperando encontrar allí los rebordes de la locura. Pero sólo recibieron inventiva, sueños y genialidad. El grupo de especialistas comprendió entonces que Carlos Gesell no estaba insano, sino simplemente viejo, como cualquiera que llega a esa edad. Viejo, claro, pero vivo: poco antes había comprado un campo en Río Negro. Es que todavía le quedaba cuerda para varias ideas más.

Sólo la muerte le puso freno a su iniciativa. Pero no a su recuerdo, claro. Ese queda inscripto en el legado de una obra maestra que trascendió a su propia existencia: la ciudad de Villa Gesell.
 

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