El aporte clave de Manzo sobre los cuerpos aparecidos en la playa
A fines de 1978 aparecieron cadáveres sobre las orillas geselinas. Más tarde se supo que eran de víctimas de los Vuelos de la Muerte. Ernesto Manzo fue uno de los jóvenes bomberos ordenados a recolectar esos cuerpos y depositarlos en la Comisaría, y su relato de los hechos resultó fundamental para reconstruir esos años pocos contados en nuestra ciudad.
El texto es un extracto del capítulo “Marea negra” del libro Historias de Villa Gesell.
En diciembre el mar suele amanecer calmo. Como si supiera lo que está por venir, sus aguas se mecen aún con relajo, regalando una música suave y dejando la estela de espuma tras su retirada.
Sin embargo, una presencia extraña en las playas de Villa Gesell quebrantó la amabilidad en esos días de 1978.
A veces el océano parece comportarse como el organismo humano, eliminando lo que no necesita, lo que lo excede o lo que le fue introducido a la fuerza. Eso fue lo que sucedió entre diciembre de 1978 y enero de 1979.
El mar comenzó a vomitar cuerpos.
Primero uno, después otro, y luego varios más.
Nunca se pudo precisar el número, aunque los testimonios hacen pensar en no menos de diez. Una postal espeluznante: de repente las orillas se convirtieron en una especie de morgue regada con cadáveres hinchados y azules, algunos sin manos, otros sin cabeza.
“Recuerdo seis cuerpos, pero no se podían identificar. La mayoría tenía las manos cortadas o le faltaba la cabeza. Además estaban deteriorados por la acción del mar y de los peces. Fue algo horrible. Nos pidieron que los dejásemos en un pasillo de la Comisaría. Los apilaron ahí y después no supimos nada más”, le contó Ernesto Manzo a la periodista Agustina Blanco en una investigación que Canal 2 hizo en 2006 sobre la última dictadura en Gesell.
Manzo era miembro del incipiente cuerpo de Bomberos Voluntarios local, formado por nueve jóvenes que llegaron ese día a la playa y Paseo 150 a raíz de un llamado, sin sospechar lo que iban a ver. Y mirar de más era peligroso en plena Dictadura. Cada uno lo procesó como pudo, la mayoría de ellos jóvenes de 18 años subsumidos en ese silencio que los condicionaba de múltiples lados.
Pero el incipiente cuerpo de Bomberos Voluntarios no fueron el único que vio ese espectáculo doloroso: el guardavidas Humberto Flores contó que “una vez, estábamos pescando con un amigo y aparecieron restos humanos en bolsas, incluso una cabeza. No nos dio miedo, sino tristeza”. El hallazgo fue en la misma fecha que los anteriores.
En secreto y sin que lo supieron los propios bomberos que fueron ordenados a recogerlos, la mayoría de esos cadáveres se enterraron como NN en distintos cementerios de la zona. Y así permanecieron en el anonimato de la impunidad hasta que tres décadas más tarde el Equipo Argentino de Antropología Forense (EAAF) los exhumó y pudo comprobar una vieja sospecha: esos cuerpos pertenecían a víctimas de los siniestros vuelos de la muerte, cruel final que el Proceso le dio a muchos desaparecidos.
El EAAF es una ONG creada en 1984 como respuesta a la necesidad de identificar tumbas NN sospechadas de contener restos de desaparecidos. El equipo, con gran prestigio a nivel mundial, llevó su trabajo al resto de Latinoamérica, Bosnia, Angola, la ex Yugoslavia y Kurdistán. En este caso en particular el EAFF pudo proceder gracias a que la Cámara Federal de Apelaciones en lo Criminal y Correccional de Buenos Aires autorizó la exhumación de quince cuerpos encontrados a fines de 1978.
Nueve de ellos pudieron identificarse: la monja francesa Léonie Duquet y las Madres de Plaza de Mayo Azucena Villaflor, Esther Ballestrino y Mari Ponce eran algunas de ellas.
Se cree que todos esos cuerpos pertenecían a personas secuestradas en el centro clandestino de detención El Olimpo que luego fueron arrojados desde aviones, ya que las pericias indicaron que las lesiones eran “compatibles con las provocadas por caída en altura y su impacto contra un elemento sólido (como el mar)”. Según reconstruyó el fiscal Federico Delgado tras escuchar a más de 600 testigos, los vuelos de la muerte eran realizados con aviones de la Fuerza Aérea, desde los cuales se arrojaban a “hombres y mujeres, siempre encapuchados o tabicados, esposados entre sí, con ropas sucias, en estado conciente; caminaban en fila ayudándose mutuamente y tenían aspecto muy deteriorado”.
Uno de los nueve identificados es el que tantos años estuvo enterrado en Gesell. Se trataba de Santiago Bernardo Villanueva, desaparecido desde que fue secuestrado de su casa el 26 de julio de 1978, a los 32 años de edad. Villanueva estudiaba Ingeniería Mecánica en la Universidad Tecnológica Nacional y trabajaba en el centro de cómputos del Banco Ganadero como operador. Además militaba en la Juventud Universitaria Peronista y tenía dos hijos. Primero estuvo en centro clandestino de detención El Banco, luego en El Olimpo. El 8 de diciembre lo trasladaron hacia la muerte y su cuerpo apareció una semana después en orillas geselinas. Descubierto por el EAAF, el cuerpo de Santiago Villanueva fue enterrado finalmente en el cementerio de la Chacarita el 13 de abril de 2008, casi treinta años después de haber sido ultimado brutalmente y sepultado sin identificación alguna.
NOTA: El fragmento reproducido tiene por fin reconocer el aporte de Ernesto Manzo a la memoria colectiva de una ciudad que, hasta sus declaraciones públicas, no había profundizado en su pasado durante la última Dictadura. «Pochi» (como lo conocían todos los vecinos) contó todo esto en esa entrevista divulgada por Canal 2, pero también en toda circunstancia en que le fue requerido. Entre ellas, la charla titulada «Marea negra», realizada a instancias del homónimo capítulo del libro «Historias de Villa Gesell» en el Pipach a 40 años del inicio del Golpe de Estado.