Manuel García Pardo, el DT que nos hizo hinchas del Atle a todos

Cuando la Liga Madariaguense era aún dominada por los equipos gauchos, el Gallego llegó a Atlético y cambió la historia del fútbol geselino por siempre. Lo habíamos entrevistado en 2014 para el libro por los 40 años del Canario, donde contó su vida fuera y dentro de la cancha. Acá la compartimos.

 

Nota: Juan Ignacio Provéndola | Foto: Juampi Martín | Como entrenador, Manuel García Pardo obtuvo nueve campeonatos de la Liga Madariaguense, otro de la Unión Regional (producto de la combinación entre la LMF y la de La Costa) y también muchos en Divisiones Inferiores. Pero cree que fue todo fue producto de la suerte. “Es que varias finales las gané por penales”, explica. En efecto, tiene razón: por esa vía se consagró entre 1989 y 1995, durante su primera etapa en Atlético.  

Pero una década después volvió al club y construyó el mejor equipo Canario que jamás se haya visto: aquel del Pentacampeonato 2004-2007 y otros logros posteriores. Claramente hubo algo más que fortuna para que el Gallego se convirtiera en el técnico más ganador de la historia de Atlético VIlla Gesell. Además, ejerció un rol importante como formador de pibes en la Primera, acompañando largos procesos de trabajo en las divisiones menores. No son pocos los que sostienen que García Pardo fue para el Atle lo que Sir Alex Ferguson para el Manchester United. 

Le dicen Gallego porque, efectivamente, nació en Abegondo, un pueblo de La Coruña, Galicia, aunque vive en Argentina desde los dos años, cuando su familia escapó de la Guerra Civil española y se instaló en Valentín Alsina, al sur del Conurbano bonaerense. Su relación con el fútbol comenzó en Banfield, donde hizo todas las Inferiores y llegó hasta la Primera, justo cuando el Taladro ascendía de la B a la A en 1969. “Estaban Jorge Carrascosa, Daniel Tagliani y Hugo Jara, que después se fue a jugar a Francia”, recuerda. 

– ¿Qué tal esa experiencia?
– Jugaba de volante central y, para serte sincero, era muy individualista. En ese momento creía que uno era mejor mientras más tuviera la pelota en los pies. Entonces gambeteaba a tres o cuatro rivales y me sentía Gardel. ¡Pero era un pelotudo! Porque si largas la pelota rápido, agilizás el juego. Y, sobre todo, evitas que te golpeen. Tenía una técnica muy depurada y era habilidoso, al punto que, humildemente, creo que hubiese podido jugar en un nivel superior si no me excedía tanto en la gambeta. También jugaba en torneos barriales, eso me dejó un montón de mañas. 

 

Pero su vida tomó un inesperado rumbo cuando murieron sus padres: ahí apareció en el horizonte el lugar donde reiniciaría su vida. Villa Gesell, año 1979. “Yo era electrotécnico, venía de trabajar como contratista en fábricas haciendo mecánica y electricidad. Pero acá no conocía a nadie vinculado a eso, así que empecé a trabajar en un supermercado”. 

Haciendo lo que hace todo aquel que se muda a un lugar nuevo, comenzó a buscar espacios de interacción social. “El flaco Francisco Sanz dirigía el Atlético y en un momento determinado, por medio de Eduardo Castillo, que era el presidente del club, me invitan. Mis hijos empezaron a jugar ahí, y de hecho yo también lo hice, aunque duré un solo partido, jaja: fue un amistoso en Mar de Ajó”, dice el Gallego.

Hasta que encontró su rol definitivo: como director técnico. “Yo ya no jugaba más al fútbol, y ahí hice mi primer experiencia como entrenador. Al principio me ayudaron los conocimientos que me había dejado mi paso por Banfield, pero también el hecho de ser padre: veía a mis hijos reflejados en los jugadores, porque sus problemas en un vestuario o en una cancha eran los mismos de cualquier casa o familia”, evoca. 

Después de un paso inicial por Atlético, le llegó una propuesta para dirigir en Madariaga. “En el supermercado teníamos un contador, Carlitos Dopazo, que estaba en la Comisión Directiva de Juventud Unida, y me propuso ir. Acepté, puse a todos pibes nuevos y los llevé según mi manera de ver el juego. El fútbol es pasión y te exige ganar, ganar y ganar. Pero para mí, además, de eso, también es arte. Como ir al Teatro Colón a escuchar a alguien que canta bien y te deleita. Bueno, yo buscaba eso. Entonces no puedo entender como un tipo teme tener la pelota en sus pies. O como, desgraciadamente, el ganar sea a costa de cualquier cosa: de pegarle para arriba, de no dar dos pases seguidos, de agredir al rival. Nunca lo sentí de esa manera”, jura Manuel. 

Su experiencia en Juventud duró cuatros años. Y entre las anécdotas más inolvidables aparece la de haber dirigido a Juan Ramón Verón (la Bruja padre) en lo que terminó siendo su última experiencia como jugador: en un partido contra El León se quebró tibia y peroné y nunca pudo recuperarse. “Lo fuimos a buscar a La Plata por unos conocidos. Le conseguimos buena plata y lo convencimos. Eso sí, como condición se trajo a un yerno”, recuerda.

También dirigió a El León en un Regional. Hasta que llegó la oportunidad de volver a Atlético, también para un Regional. Más precisamente, aquel en el que vinieron como refuerzos Roberto Mouzo y Pinino Más. La experiencia no fue la mejor, aunque como contrapartida llegó un premio que significaría el inicio de toda una era de tres décadas que convertiría al Canario en el equipo con más trofeos en la historia de la Liga Madariaguense: el campeonato de 1989 que le permitió al Atle cortar una sequía de 16 años tras su primer título, el de 1973. Fue el primero de los diez campeonatos que el Gallego ganó con el club. 

– ¿Cuál fue la clave para que Atlético comenzara a ser campeón seguido a partir de 1989?
– La confianza, porque Atlético no jugaba mal, pero no conseguía ganar nada, ya que se venía abajo en los partidos importantes. Entonces un día, después de un muy buen entrenamiento, los junté a todos en la mitad de la cancha y les pregunté si se animaban a salir campeones. Teníamos que convencernos de que éramos capaces de lograrlo, y eso no sólo implicaba trabajar y ser responsable, sino también afrontar los partidos decisivos con audacia y personalidad. Les pedí que se animaran a demostrar que eran los mejores, alentándolos a que tomaran decisiones por ellos mismos. Si creían que la mejor resolución para una jugada era tirar un caño, que lo intentaran sin miedo. Yo nunca iba a reprochar una buena intención. Les ofrecí todo mi respaldo y confianza, pero les hice entender que la responsabilidad también era de ellos.

– ¿Cómo armaste ese equipo que mezclaba jóvenes con veteranos?
– Traje a viejos jugadores que yo había visto en otros lados, como el Cholo Escola, de San Juan Bautista, Jorge Jeanmart, que trabajaba en el Banco Provincia, Lalo Luna, de Los del Clan, o Raúl Fombella, que estaba en El León. A otros chicos los conocía de los torneos barriales y también aparecían pibes jóvenes como Facundo Flores, Leandro Hernández, los hermanos Annovi o Diego, mi hijo mayor. 

– Primero debutó Diego y años después también lo hizo Guillermo. ¿Qué se sentía dirigir a tus propios hijos?
– Es tremendo, pero también hermoso. Tenían en claro que si jugaban mal, los sacaba. Y nunca tuvimos enfrentamientos duros. Algún reproche me he comido, pero yo lo hacía convencido de que era la decisión que debía tomar como entrenador. 

– ¿Cuánto crees que influyó en tu manera de dirigir la posición que ocupabas en la cancha cuando jugabas, de volante central?
– Creo que bastante, porque el 5 ve toda la cancha. Observás lo que hacen otros jugadores. Además yo era mandón desde mi época de jugador, porque sentía que desde mi lugar miraba bien el juego. Entonces te decía: “Vení dos pasitos para acá”. Algo similar a lo que hizo Diego, mi hijo más grande, quien también jugó en esa posición. Sin darte cuenta, te hacés patrón. Aunque para eso, primero tenés que ser humilde. Sino, te mandan todos a la mierda. El fútbol es como la matemática: no se juega solo con los pies, sino también con la cabeza. No todos lo entienden, entonces piensan que sólo se trata de ir a trabar, de correr para llegar primero, de ir al piso y arrastrarse. Pero eso no alcanza. Hay que ser inteligente, también. El fútbol es para los pillos. En ese aspecto, solo conocí a un tipo que reunía tales condiciones: el Loco Houseman.

– Siempre intentaste que se jugara de la mejor manera. ¿De qué forma lograrlo en competencias donde las canchas no ayudan a esas buenas intenciones?
– Si vos tenés gente de buen pié, listo. Lo demás es paciencia y ejercicio. Cuando Pep Guardiola empezó con el Barcelona, muchos le criticaban ese juego lento que iba para atrás, pero yo me acordaba de una frase del Flaco Menotti: “Para poder entrar, primero hay que salir”. En la época que yo jugaba, podías parar la pelota en la mitad de la cancha con el pecho, bajarla y jugarla tranquilo. Pero ahora el fútbol se hizo tan violento, físico y rápido, que si querés hacer eso, cuando te acordás ya te sacaron hasta las medias… 

– ¿Qué equipos recordás con más orgullo?
– El del ’89 era muy seguro. Sacaba a uno y me costaba volverlo a poner, porque los suplentes entraban muy enchufados. El del Pentacampeonato también me gustaba porque había alcanzado un patrón de juego propio, producto del gran trabajo en Inferiores, algo que en lo que Atlético le sacaba enorme ventaja a los otros equipos de la Liga. Aunque el que más disfruté fue el último que dirigí. Jugaba bien, a un solo toque, y la pelota rodaba siempre, limpita. Y tenía la seguridad de que era muy difícil que nos ganaran, incluso en momentos críticos, como cuando perdíamos por dos goles a falta de veinte minutos en la última fecha del Regional del 2010 y terminamos empatando en la última jugada, resultado que nos permitió salir campeones. Cuando jugás bien, tenés mejor suerte.

– ¿Te animas a decir cuál fue el mejor de los jugadores que dirigiste?
– Peco Castillo era una maravilla, aunque lamentablemente no pude dirigirlo mucho porque cuando yo arranqué, él ya era grande. Igual creo que hubiese podido pudo jugar en en la A con total tranquilidad. Otros jugadores se fueron haciendo y llegaron a un gran nivel. Pero si me apurás, el mejor que vi en toda la Liga fue el Pollo Ramón Ruiz: su técnica y su pegada no la tenía nadie, hacía cambios de frente de 40 metros con una facilidad asombrosa.

– ¿Cuál creés que fue tu principal virtud como entrenador?
– El armado de un grupo, no sólo de un equipo. En el fútbol profesional, vos sos el capataz y los jugadores te tienen que obedecer, porque aunque se enojen, la última decisión siempre es tuya. En el amateurismo, en cambio, esa autoridad es más difícil de conseguir. Creo que una de las claves es mantener el carácter y la tranquilidad para hablar con los que no juegan. Y de saber escucharlos a todos. Eso es fundamental, porque incluso te dejan alguna inquietud que puede servirte. Y hay que tratar de ser bonachón, compañero, y no subestimar sus problemas personales. Si me enteraba que alguno andaba con quilombos, me acercaba y le preguntaba qué le pasaba. Ahí rompía una barrera que le servía al equipo, porque yo quería que vinieran a divertirse. Aunque compitiéramos, no había que tomárselo como algo de vida o muerte. Para amargarse hay muchas cosas fuera del fútbol. Tenés que venir limpito, a cagarte de risa. Sino, no te sirve a vos ni tampoco a mí. Además, un vestuario con alegría es un equipo invencible.

 

MANUEL GALLEGO DEL BALOMPIÉ

Aquí, una lista de conceptos futbolísticos que Manuel García Pardo pretendió imprimirle a todos los equipos que dirigió. O, cómo él mismo dijo: “Una serie de boludeces que hacen al ABC del fútbol”. Como sea, tomen nota: encontrarán muchas de las claves que llevaron al Gallego a convertirse en el entrenador más importante en la historia no sólo de Atlético Villa Gesell, sino de toda la Liga Madariaguense de Fútbol.

El «achique». “Lamentablemente, en nuestra se zona juega mucho a los pelotazos, entonces me parecía más efectivo tratar de recuperar el balón tirando el achique que mandando a mis delanteros a presionar en la salida. El que mejor lo hizo fue Alberto Rodera. Lo aprendí del Flaco Menotti, que siempre fue mi referente como entrenador”.

Clásicos. “Contra San Lorenzo perdí muy poco. Me metía la responsabilidad a mí, explicándoles a los jugadores que ellos no eran el cuco ni nuestro peor enemigo, sino que simplemente defendían su camiseta a morir como nosotros. Al margen del resultado, lo que más me importaba era que no se generaran peleas ni quilombos dentro de la cancha. Pero las experiencias más violentas no las tuve contra San Lorenzo, sino en La Costa, a principios de los 90’. Con Social de Mar de Ajó se había armado un clásico bravo, con incidentes y problemas con la policía. Varias veces tuvimos que irnos de esa cancha corriendo”.

Delanteros. “A los delanteros les doy libertad. Cuando pasás tres cuartos de cancha, no tenés que ser cagón. Buscá el uno a uno, sé morfón y tratá de gambetearte hasta los palos. El objetivo final de toda jugada es que la pelota termine en el fondo de la cancha, entonces hay que pegarle al arco, siempre. Aunque termine en la tribuna”.

Pelota. “Un marcador de punta nunca debe entregar la pelota hacia adentro, ni siquiera cuando tiene a un compañero cerca y solo, porque el margen de error es muy grande y cualquier equivocación deja al rival con todo el arco de frente. Otro detalle importante es volver mirando la pelota después de un ataque propio que termina en saque de arco. Hay que estar siempre atento a esos segundos muertos en donde el rival puede aprovecharse”.

Inteligencia. “Hay pibes que tienen unas condiciones bárbaras, pero pareciera que juegan para ellos solos. Enganchan para acá, para allá, vuelven lento el juego, juntan gente que los marca y, al final, terminan en el suelo. Hay que jugar a un solo toque, descargando rápido, para que el tipo que te quiera marcar nunca llegue a vos. De esa manera, evitás que te lastimen. El fútbol es como la matemática. No se juega solo con los pies, sino también con la cabeza. No todos lo entienden, entonces piensan que todo se trata de ir a trabar, de correr para llegar primero, de ir al piso y arrastrarse. Pero con eso no alcanza. También hay que jugar con inteligencia”.

 

MIRÁ EL VIDEO DEL HOMENAJE A GARCÍA PARDO