La aparición de Dalila y Micaela y el Síndrome de Agostina
Después de la desaparición de Agostina Sorich, la sociedad geselina pareció haber aprendido la lección: antes que los prejuicios y el machismo, importa más la urgencia por encontrar a alguien en estado de vulnerabilidad. El rol clave de las redes sociales y el compromiso comunitario en la difusión de información.
Por J.I.P. | En la noche del miércoles, dos chicas de 15 años atravesaron todo el Partido de Villa Gesell para ir desde la casa de una de ellas, en Mar Azul, hasta Pueblo Límite. Era el día del amigo y querían ir a bailar porque seguramente allí también irían otras amigas. Aunque está expresamente prohibido, en el boliche las dejaron entrar pese a que son evidentemente menores de edad. Pero ese no fue el problema más grave. Lo angustiante comenzó a suceder horas después, cuando se hizo de día y las chicas no regresaban a sus casas. Con muy buen reflejo, las familias no se quedaron en la denuncia policial y además activaron un fuerte mecanismo de difusión para que toda la comunidad tomara nota del hecho y estuviera alerta de cualquier información útil.
Las redes sociales no sólo se llenaron de fotos de Dalila y Micaela. Como sucede penosamente en estas circunstancias, también proliferan comentarios cargados de prejuicio y, por qué no, de machismo. El razonamiento promedio de la clase media pretendidamente ilustrada, comerciante y acicalada que se acoda en los bares céntricos de la 3 (una metáfora) no dudaba en postular que la culpa era de las nenas por haber ido a bailar, de los padres por no prohibírselo, de la ropa que llevaban puesta, de la juventud precoz e inmoral. La desaparición de las chicas (y, sobre todo, la necesidad de encontrarlas) pareció quedar en un segundo plano, sepultado debajo del juicio moral ajeno.
En un momento dado de la búsqueda comenzaron a aparecer imágenes extraídas de las cámaras de seguridad de Pueblo Límite. Ahí se distinguía a Dalila y a Micaela saliendo del boliche en compañía de un hombre que aparenta tener muchos más años que ellas. Una fuente agrega además que, a la salida del lugar, aguardaba un segundo sujeto. El destino de estas cuatro personas era incierto, aunque a la hora de la difusión de estas nuevas imágenes finalmente las dos chicas fueron encontradas. Estaban en la zona de la terminal, no queda claro si bajándose de un micro (tal vez el que venía de Pinamar) o a punto de subirse al colectivo que va a Mar Azul. ¿Fue casualidad que, después de tanta búsqueda, las chicas aparezcan a poco de la circulación de estas imágenes tan esclarecedoras? Difícil saberlo.
Lo cierto es que, a pesar de todos los comentarios inoportunos blandidos por quienes se jactan de portar la “conciencia moral” de Villa Gesell, otro sector de la sociedad parece actuar bajo lo que podríamos denominar el “Síndrome de Agostina”: desde la desaparición de Sorich, cada vez que es buscada una nena en la ciudad se despliega rápidamente una red de publicaciones, replicaciones y difusión de imágenes e información. Se impone la noción de que no importa tanto qué tipo de ropa usaban la nena en cuestión (si más corta, si más larga), sino la integridad de una persona que es menor de edad y, por lo tanto, más vulnerable. Es clave actuar con premura, sin dilaciones ni prejuicios. Luego, ya puede ser demasiado tarde.
Se pudo apreciar esto el año pasado, con varios casos, todos ellos con desenlace positivo y gracias en gran medida a la colaboración comunitaria. Es decir: todo lo contrario a lo que sucedió con Agostina, que un día se fue de su casa y nunca más se supo de ella. De lo que sí se supo, en cambio, fue de la insólita reacción de una sociedad que miró el caso con desprecio, de reojo, acaso porque la nena era de un barrio marginal, de una familia numerosa, de un hogar humilde. Hoy, por suerte, las cosas cambiaron un poco. Tal vez para mejor, aunque en el camino todavía nos sigamos preguntando donde está una de esas nenas.