La espectacularización de una tragedia, o que te parta un rayo
Villa Gesell fue tapa de todos los diarios por una desgracia, convirtiéndose en el escenario del show que los medios montaron cuando ya no tuvieron más información para ofrecer; ¿no les cabe otro rol mejor en estas situaciones de emergencia?
Foto: Claudio Aragona
Texto: Juan Ignacio Provéndola
En las facultades de periodismo se repite una frase hasta el cansancio: no es noticia que un perro muerda a una persona, pero sí que una persona muerda a un perro. Aunque las generalizaciones suelen ser ambiguas e imprecisas, esta en particular ayuda para resaltar uno de los criterios que más prevalece en los medios a la hora de decidir cuál información atender y cuál ignorar.
Es normal ver caer rayos mar adentro, sobre todo si llueve y estamos cerca de la playa. Violentos espasmos eléctricos se diluyen lejos de la orilla y cerca del horizonte, componiendo un espectáculo tan interesante como previsible: a nadie ya le sorprendería pasar una tarde de sus vacaciones bajo estas circunstancias climáticas. Lo que ninguno se imaginaría era que rayos de esa misma naturaleza atravesaran a casi 30 personas, haciéndolas volar por los aires y quitándole la vida a por lo menos cuatro. Una persona acababa de morder a un perro y ninguno medio se quiso quedar afuera de semejante noticia.
Cada verano, los medios más importantes del país envíen un equipo de trabajo (que a veces se reduce a un periodista y un fotógrafo o camarógrafo) a alguna ciudad de la Costa Atlántica durante un mes y medio, tal vez dos. El objetivo es barrer toda la zona y estar atentos a lo que pueda suceder en los lugares más calientes de la temporada de playa. Los destinos de alojamiento más elegidos son Mar del Plata (por ser la ciudad de la región que más información genera) y Pinamar (que está prácticamente en el medio geográfico del corredor costero, entre Mar del Plata y San Clemente). Por eso, no fue difícil que Gesell se llenara rápidamente de periodistas: muchos estaban merodeando la zona, a la espera de algún evento como este.
Una lluvia pasajera había interrumpido el espléndido día de playa del jueves 9. Por eso, varios decidieron guarecerse bajo las carpas, a la espera del escampe. A los que estaban en las del balneario Afrika (de 124 y playa) los emboscó un rayo que encandeció el cielo gris de la tarde nublada. Los efectos fueron devastadores: a algunos los tiró cuatro metros, a otros los calcinó. Dos murieron en el acto, uno de ellos mientras jugaba al vóley, y un tercero falleció llegando al hospital. Otros quedaron tendidos en el piso, desmayados, gritando o vomitando. El lugar se llenó de autos, camiones, fuerzas públicas, organismos civiles, cámaras, cables, familiares, funcionarios, curiosos. Caos entre los arenales farragosos de las calles inundadas.
Curiosamente, no quedó ningún tipo de rastro del fogonazo. Ni en la arena, ni en las carpas, ni en nada de nada de nada. No hay fotos ni videos del preciso instante. Por eso, para darle verosimilitud a la cobertura, los medios empezaron a apelar a recursos alternativos. Y ahí vimos el desfile de especialistas, pseudoespecialistas, personas que habían visto el rayo, otras que conocían a alguien que lo vio y le contó, y hasta algunas que ni siquiera estaban en Gesell, pero que recordaban que de pibes sus abuelas les recomendaban salir del mar si había tormenta eléctrica.
Por supuesto, esto solo no justificaba semejantes despliegues de móviles, satélites, transmisiones en vivo y horas de aire. Entonces comenzó el asedio a familiares y allegados que se acercaban al hospital, buscando algún testimonio que diera luz sobre algo que no tenía más por contar que lo ya dicho. En ciertos países, existen ciertos protocolos (es decir, rutinas de procedimiento) para la cobertura de catástrofes y tragedias que le asignan al periodismo un rol de servicio y colaboración en la divulgación de información sensible. Lejos de restringir el trabajo de la prensa, busca potenciarlo para que sea definitivamente más funcional a la sociedad y no solo un promotor de la espectacularización de la noticia y de la sensiblería por conveniencia, como si el objetivo fuera montar un show melodramático para capturar a las audiencias con las mismas lógicas de las telenovelas.
¿Por qué ese rayo cayó allí y no en otro lado? ¿Pudo haber sido más grave de lo que fue? ¿Hay riesgos reales de que pueda volver a suceder? ¿A qué otras amenazas ignoradas podemos estar expuestos? ¿Están los servicios de emergencia en condiciones de contener este o cualquier otro imprevisto que pueda suceder? Son preguntas simples y honestas, cuyas respuestas pueden brindar la información necesaria para no caer en la paranoia, tan contraproducente en estas circunstancias. La calma no llega con conferencias de prensa vacías, rumores y trascendidos a lo pavote y testimonios redundantes de gente que quiere salir dos minutos en cámara, sino a través de inquietudes que surgen del sentido común. Tan normales como que un perro muerda al hombre, aunque algunos quieran instalar que eso no es lo que merezca ser contado.