La influencia de nuestros médanos en El Principito
Se cumple otro aniversario del nacimiento de Antoine de Saint-Exupéry, aviador de profesión y escritor de vocación. Varios tramos de su obra cumbre fueron inspirados en visitas de verano a esta zona, a principios del siglo pasado.
Por Juan Ignacio Provéndola | “Lo esencial es invisible a los ojos” le dice el Zorro al Principito en la frase más emblemática del libro. Tan invisible como la muerte de Antoine de Saint-Exupéry, su autor, quien desapareció para siempre mientras tripulaba un avión de combate francés durante la Segunda Guerra Mundial. Sucedió el 31 de julio de 1944. Había nacido el 29 de junio del 1900, fecha de la que hoy se cumplen 116 años.
Aviador de profesión y escritor por vocación, Saint-Exupéry despuntó este último talento en los papeles membretados del Hotel Ostende, donde vacacionó durante los veranos de 1930 y 1931. El lugar, edificado entre medio de dunas vírgenes en 1913, había atraído al francés tanto por su singularidad como por su imprevisibilidad: nunca se sabía si, para entrar o salir del hotel, podría usarse la puerta principal o, en caso de emergencia, apelar a los tablones conectados con ventanas del primer piso. Es que los fuertes vientos solían obstruir las entradas principales con arena. Algo de esto le sonará familar a todo geselino que conozca la historia de la casa de las cuatro puertas de Carlos Gesell.
La habitación elegida por Saint-Exupéry siempre era la número 51, que hoy está recreada tal como él la usaba. En esas vacaciones escribió “Vuelo Nocturno”, una novela protagonizada por un piloto francés que debe sobrevolar cielo argentino. Aunque la influencia recibida por el paisaje medanoso se extendió también a la más clásica de sus obras, “El Principito”.
Es cierto que Saint-Exupéry había tenido una experiencia breve pero intensa en la parte libia de desierto del Sahara (donde estuvo varios días sin comida ni bebida tras un desperfecto en su avión), aunque esa historia ya la había canalizado en el libro “Tierra de Hombres”.
El escritor francés escribió “El Principito” (el más breve de los quince que se editaron bajo su firma) en un breve exilio que mantuvo en Nueva York poco después de que la Alemania nazi ocupara gran parte de Francia. Pocas cosas representan mejor la sordidez y la soledad del destierro como las inmensidades de aquel arenal inhóspito en donde solo se oían el silbido del viento y el bostezo del mar.
El impacto que le causó nuestra geografía es aún más evidente en varios de los dibujos con acuarela que Saint-Exupéry realizó para ilustrar el libro infantil, que el tiempo convirtió en un clásico de la literatura más allá de las edades y los géneros. En el fondo, al escritor le daría lo mismo su obra cumbre estuvo inspirado en Gesell, Ostende o el Sahara. Pues, según lo dijo el propio Principito, lo hermoso del desierto no es su ubicación geográfica, sino que en cualquier parte puede esconder un pozo con agua. Y, como dicen los beduinos (históricos moradores de suelos arenosos), donde hay agua, hay vida.