La noche en la que Serrano hizo ovacionar a Willy Crook en Gesell
El 29 de diciembre de 2016, ambos artistas protagonizaron un recital gratuito en el anfiteatro del viejo Acuario. Abrumado por la cantidad de gente y el despliegue escénico del Perro, Crook tocó solo dos canciones. Pero luego Jorge lo invitó a compartir un hit de los Decadentes, y se produjo un momento épico e inolvidable.
Texto: Juan Ignacio Provéndola | Foto: Carolina Faivre | Muchos años después de haber vivido en Gesell, Willy Crook recibió probablemente la ovación más grande de su vida. Fue en el viejo Acuario que conoció de pibe.
Ocurrió el 29 de diciembre de 2016. Pocos días antes del comienzo del verano/2017, se realizó en uno de los anfiteatros del Acuario abandonado un evento pensado principalmente para aquellos geselinos que poco después quedarían monopolizados por trabajos de temporada alta. Una actividad convocante del verano geselino, solo que esta no estaba pensada para el turismo. Y, además, era gratuita.
El cierre estaba a cargo de Willy Crook y Jorge Serrano, por separado. Uno criado en la Villa y el otro establecido desde hace muchos años, ambos son los principales links del rock grande con Gesell.
Por ese entonces estaban de visita en Villa Gesell por las Fiestas muchos parientes de Jorge Serrano. Que, encima, son músicos. Así que el Perro armó una banda solo por esa noche para hacer principalmente las canciones que canta en los Decadentes. Una actividad infrecuente en él.
Exactamente al revés que Serrano, Crook no vive en Gesell ni tampoco pensó en una banda para esa noche. Aceptó la invitación entusiasmado, eso sí. Pero vino en su último Torino no más que con su compañera, una guitarra y, por las dudas, el saxo. “Lo llevo por si pinta”, dijo, misterioso.
La noticia circuló de boca en boca y esa noche aparecieron unas 500 personas entre las gradas, los pasillos y recovecos varios del viejo Acuario, más un médano lindero que permitía ver la escena en un costado, desde arriba. El lugar estaba de bote a bote.
Serrano cayó a la tarde con toda su troupe: dos guitarras, un bajo, un tecladista y una acordeonista que formaban parte de la banda La Burrita Cumbión, más Loucas Rebecchi y Ariel Zurdo, percusionistas de La Cuerdita de Candombe de Mar Azul, y el guitarrista Mano Custodio.
Crook, en cambio, apareció ya de noche, cuando se estaba empezando a armar la tertulia. Quizás intimidado por la cantidad de gente y el despliegue técnico de Serrano —o acaso entendiendo que esa noche no era de nadie en especial, sino de todos—, Willy enchufó su Telecaster e hizo solo dos canciones: “Play your game” y “E se domani”. Y, sin más preámbulos, le dejó la escena a Jorge y su banda.
Entonces fue el turno del Perro y su jauría. Y comenzó la fiesta: desde “Cómo me voy a olvidar” hasta “Un osito de peluche de Taiwán”, haciendo también alguna escala en gemas de su disco solista “Alamut”, como “Fósforo”.
Más de uno se preguntó esa noche si, en algún momento, Crook y Serrano tocarían juntos. Y algunos hasta se animaban a teorizar cuál podría ser la canción los uniría. Pero el primero que tuvo la idea fue el propio Perro: unos días antes, llamó a Willy y le propuso sumarse un rato a su convoy con el saxo. Crook respondió que sí, que por supuesto, encantado. Por eso es que agregó ese instrumento al Torino. Nadie más que ellos sabía del asunto.
Aunque presuman sonidos alejados, Willy Crook tenía un puente con los Decadentes justamente a través de un saxofonista: Pablo Rodríguez, músico estable de los Autenticos que también reportó un tiempo a las filas de los Funky Torinos. En “Pirata”, su segundo disco con los Torinos, y el primero en vivo, Crook lo arenga en una bonita versión de “If U”, para luego decir: “Pablo Rodriguez: Un embajador del buen gusto”. ¿Habrá sido allí donde nació aquella etiqueta con la que luego fue rotulado Willy?. No lo sabemos.
Crook y Serrano se conocieron personalmente la misma noche del Acuario. El evento fue montado sobre los restos que quedaron de aquel lugar, que supo ser el más grande de Sudamérica (hasta su cierre en 1986 y el posterior abandono). Una especie de ruina, pero en estado conservable, con sus bases y paredes aún de pié, seguramente construidas a conciencia de la robustez necesaria para levantar un lugar a metros del mar, con su salitre y los vientos corrosivos del invierno.
A la usanza de los viejos aforos griegos, el escenario estaba en la parte baja de uno de los tres anfiteatros al aire libre que todavía conserva el Acuario. Naturalmente, no había camarines. Ni siquiera baños. Todos convivían con todos. Y, entre el gentío de la previa, Willy y Jorge se encontraron para abrazarse por primera y ultimar algo que, en el fondo, no necesitaba de muchas palabras. Fueron dos verdaderos maestros de la canción que se entendieron rápidamente.
Crook tocó dos temas. Y Serrano tenía una lista ensayada como para dos horas. Pero a la mitad de éste último, ocurrió lo que todos esperaban. “Esta noche voy a invitar a un grande”, dijo Jorge. Y apareció Willy, ya no con su guitarra, sino con su saxo.
Una base de guitarras acústicas da lugar a que el Perro cante: “Te ví… llegar… del brazo de un amigo cuando entras…te al bar”. Mientras tanto, Crook se arrimaba un micrófono que estaba muy al frente, como intentando ubicarse en un lugar secundario. Un humilde partenaire de la primera canción propia que Serrano escuchó en una radio: a fines de los 80, mientras comía un panqueque en Carlitos.
“Tu egoísmo y tu soledad son joyas en el barro de la mediocridad”, remata el estribillo Serrano, quien hasta ese entonces estaba casi cuerpo a cuerpo con él. Pero, en ese momento, comienza a alejársele. Lo hici para ponerse de frente, reverenciarlo y darle pié, a modo de maestro de ceremonia: “¡Willy!”. Entonces Crook dio inicio a una faena apoteósica: medio minuto que quedó para siempre, improvisando sobre esa hermosa canción mientras la gente se iba poniendo de pie y Serrano, en plena faena, hizo levantar una tremenda ovación hacia esa especie de hijo pródigo geselino, criado en la ciudad pero distanciado por un tiempo.
Willy Crook tocó en muchos lados y recibió muchas loas, pero difícilmente vítores como los de aquel 29 de diciembre de 2006. Por el repentismo, por lo inesperado. Y también por su contexto: después de muchos años renegado con Gesell, Crook finalmente recibió el aplauso de una ciudad que lo quiere más de lo que él creía. Por fuera -más bien, por debajo- de los estamentos oficiales están los civiles, los normales, los de a pie. Y hasta los que decían: “Soy geselino… como Willy Crook».
“De Gesell tengo muchas imágenes en mi mente. Pero las principales están ambientadas en el otoño-invierno geselino: las casas vacías, la arena amontonándose en las puertas cerradas que solo se abren en verano; y deambulando muchísimo por el pueblo, por las avenidas 1 y 2, algunos baldíos, las tardes de sol de invierno con mi perro, o con mi yegüita, ya viviendo camino a Juancho», recordó esa noche. “Recién después de despegar y regresar, entendí el valor de aquel horizonte vasto. Y esa agradable soledad. De hecho, creo que retengo a Gesell con un agrado que tal vez no tuve cuando vivía ahí. Y aunque ya esté todo muy edificado, y desaparecieron Luigi Patín, la 3 sin asfalto y otros puntos emblemáticos, me vuelven el olor de los pinos, las cuevas en los tamariscos y los médanos».
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