La Peatonal: la fibra neural de los veranos geselinos
Para algunos es un gran teatro a cielo abierto, para otros, un mercado persa dedicado al turismo; de lo que nadie podrá dudar es que sería inconcebible una temporada de verano sin nuestra querida y legendaria peatonal de la 3.
No mucho tiempo atrás, un reconocido periodista utilizó a
Es que, desde hace 26 veranos, la peatonal se terminó convirtiendo en el auténtico centro neurálgico de las temporadas geselinas. Sin rodeos, uno ya sabe de que se está hablando cuando se menciona a “la peatonal de Villa Gesell”, y esto se debe, esencialmente, a que supo construir una identidad que la distingue de tantas otras experiencias similares no solo de la costa atlántica, sino también del resto del país y el mundo entero.
Apenas cuatro cuadras en las que se combinan una gran oferta gastronómica (desde tradicionales restaurantes hasta puestos callejeros), comercios y galerías varias, teatros, boliches y cines. Entre cordón y cordón (aunque, en efecto, ya no exista ninguno) un desfiladero de gente discurre entre pelotones de tarjeteros y una interesante cantidad de espectáculos y artistas de toda clase y expresión que también le valieron el mote de “teatro más largo del mundo”.
Mediaron largos tiempos de cambios, tensiones y polémicas para que todo esto transcurriese en una armonía que satisficiera tanto a los que ofertan como a los que demandan. La primera experiencia significó apenas un tramo de calles cerradas al tránsito. Muy buena iniciativa, por cierto, aunque a la ciudad le costó largos veranos adaptarse a un nuevo flujo de gente y de comercio; también, a los nuevos hábitos de veraneo que suponía cerrar el tránsito de la avenida principal en su tramo fundamental durante toda la noche.
Hasta no hace muchos años, Villa Gesell parecía concebir a la peatonal con recelo. Son históricas las pugnas entre comerciantes y artistas por motivos de toda índole. Una vez, incluso, se prohibió la presencia de estos últimos, una idea arrebatada y prontamente arrepentida para fortuna de una ciudad que corría el riesgo de perder un elemento fundamental de su código genético. Es cierto que, en una época, la situación derivó en una contaminación sonora poco feliz y claras complicaciones de circulación peatonal. Por ese entonces, se hablaba de las cuatro funciones diarias de Los Tipitos (que así y todo jamás soñaban con llenar el Luna Park como ya hicieron), las memorables actuaciones de Los Ote colgándose de balcones y postes de luces, o la presencia de Barjot, el escapista que invitaba a ser amarrado con una soga y al que todos soñaban encontrarle el nudo que jamás pudiera desatar.
Otros tiempos, claro, aunque el resplandor de esos años se mantenga aún vigente en programaciones que siguen incluyendo teatro, performances, circo, humor, artes plásticas y divulgación científica. También música, aunque la intención de los últimos años fue la de desconcentrarla hacia otros ámbitos públicos tales como las plaza Primera Junta o