“Me gustan las olas porque el mar te hace ser mejor persona”
Roma Arguindegui tuvo que decidir entre terminar el curso de guardavidas o salir a correr olas por el mundo; ocho años después, repasa anécdotas de sus viajes con la tabla por Costa Rica, El Salvador, Guatemala, Nicaragua, Brasil, Perú y México.
Algunos la conocen como la camarera simpática de Windy. Otros la ven pasar temprano en verano con su tabla a cuestas. Pero son muy pocos los que realmente conocen su historia a fondo. Romina Arguindegui (Roma para sus amigos), la chica geselina que un día dejó el curso de guardavidas en la Cruz Roja para hacer lo que su corazón le pedía a gritos: estar adentro del mar con su tabla, buscando siempre la ola justa, una que sea mejor que la anterior, sabiendo que lo bueno siempre es lo que está por llegar. “Esa decisión fue lo mejor que hice en mi vida”, jura Roma. “Consideré que lo que había aprendido en el curso era suficiente para aplicarlo en los mares… y me fui”, cuenta.
Brasil, Perú, Nicaragua, El Salvador, Guatemala y México fueron algunos de sus destinos. Ahora vive en Costa Rica con Emiliano, su novio, quién la ayuda “a cerrar el círculo de amor al mar”. Sus incursiones al agua comienzan bien temprano, madrugando. “Ser la primera en la playa no tiene precio para mí. A las 5.30 de la mañana ya estoy arriba, con una fruta en la mano, descalza, sin abrigo y con la complicidad de los animalitos que amanecen. El agua rompe las barreras de lo seco a lo mojado. Soy mar. Remo, espero, dropeo… y vuelvo a remar. Soy feliz en cada ola que voy”, explica.
Su vida pareció estar destinada a las olas. El primer trabajo de su vida fue en un surf shop, donde comenzó a escuchar las primeras historias del mar. La curiosidad por entender esa pasión la llevó a hacer la primera inversión de su vida: una tabla. “Gasté mis primeros ahorros y empecé a remar con mis amigos sin que me importara el que dirán. Sumé caídas y accidentes. Una vez, accidentalmente, la punta de la tabla se me incrustó en la pierna. Se quebró y quedó trabada. Suena escalofriante… ¡y lo fue, jaja! Ahí cambié la tabla de surf por una bodyboard, y eso me cambió la vida. Un par de geselinos me enseñaron las reglas de este juego. O, mejor dicho, de esta vida. Empecé a copiar sus movimientos y me esforzaba por no quedar atrás de ellos. Así conseguí estado físico”, cuenta.
A pesar de vivir hace ocho años fuera del país, Roma vuelve en verano para trabajar en Villa Gesell. “¡Nuestra ciudad es un re lugar para hacer surf!”, dice, sin dudarlo ni un instante. “Su orillera tan profunda, mordiendo el banco por el norte…. y su banco cuando se acomoda y sale la ola atrás del muelle. Y ni hablar de cuando el swell activa la 142. ¡Nada mejor que dejar tu bicicleta en el muelle y tirarte! Gesell es alucinante, por eso siempre vuelvo, para saber bien de donde soy”.
A diferencia de lo que muchos creen (tal vez por ignorancia o por la incapacidad de poder dimensionar todo lo que significa), Roma defiende el surf no solo un juego o un deporte, sino como una auténtica filosofía de vida llena de valores que enriquecen la condición humana. “El surf es el equilibrio justo de conectar con lo natural, saber compartir, conformarse, comer sano y tener buena vibra. El mar te hace ser mejor persona. Valorás la vida porque las olas golpean duro y te hacen superar los límites”, describe. Y concluye: “Las olas están ahí, unas más grandes que otras pero siempre ahí, rolando una tras otra, y yo las voy surfando. Soy freerider, busco olar, persigo swelles. Y, por suerte, encuentro lo que busco. Eso me llena el alma y el corazón”.