Silvio Gesell, protagonista de un importante libro de economía

El padre del fundador de nuestra ciudad fue objeto de estudio del autor Carlos Louge, quien acaba de publicar “Keynes y Gesell: ¿Nuevo paradigma”. El libro profundiza la admiración que el influyente economista estadounidense tenía por Silvio.

Por Sebastián Campanario | He aquí sugerencias para el menú del verano 2015-2016 de Carlitos de Gesell: un panqueque «Trampa de Liquidez», una hamburguesa «Teoría General» y un sándwich de lomito «En el largo plazo estamos todos muertos». La relación entre Gesell (hablamos del economista Silvio, padre de Carlos, el fundador de la villa balnearia) y el creador de la macroeconomía moderna, John Maynard Keynes, siempre fue un apunte llamativo en la historia económica argentina. Un nuevo trabajo de investigación, recientemente publicado, echó luz sobre algunos aspectos hasta ahora desconocidos de la influencia de la obra teórica de Gesell en el trabajo más famoso del economista británico, la teoría general. En este ensayo, Keynes dedicó cinco páginas a exponer las ideas geselinas y llegó a sentenciar: «Creo que en el futuro aprenderemos más del espíritu de Gesell que del de Marx».

«Los trabajos del economista argentino nacido en Alemania no sólo tuvieron una influencia mayor que la que pensamos en las bases fundacionales del sistema monetario internacional, sino que en la actual coyuntura mundial y, especialmente, con el surgimiento de la economía verde y de la bioeconomía en general, sus aportes vuelven a cobrar un protagonismo inusitado», dice Carlos Louge, autor de Keynes y Gesell: ¿Nuevo paradigma? (Errepar).

Louge comenzó a investigar la conexión hace poco más de diez años, cuando economistas alemanes que llegaron a Buenos Aires para estudiar la crisis local de 2001 le hablaron de un revival de las ideas geselinas en círculos académicos y financieros europeos. Louge lo comprobó: en los años siguientes aumentaron las citas a Gesell en papers de universidades europeas y en power points y presentaciones de banqueros y analistas financieros.

Gesell nació el 17 de marzo de 1862 en Sankt Vith, actualmente Bélgica y entonces parte de Alemania, y fue el séptimo de nueve hijos. Su madre, Matilde Talbot, era valona y católica, mientras que su padre, Ernesto Gesell, que provenía de Aquisgrán, Alemania, era protestante y trabajaba como recaudador de impuestos del imperio alemán.

A los 25 años se enamoró de Anna Bottger. Por razones económicas decidió emigrar a la Argentina en 1887, donde, luego de probar suerte y con ayuda de su hermano Paul, abrió una sucursal de lo que sería el inicio de la Casa Gesell . El negocio comenzó vendiendo material quirúrgico y de farmacia, y luego se especializó en productos para bebes. Silvio y Anna se casaron ese mismo año en Montevideo y se establecieron en la localidad bonaerense de Banfield.

Fue en esa época en la que Gesell comenzó a estudiar la teoría monetaria y a escribir sus aportes. «Para Keynes, Gesell, padre del fundador de Villa Gesell, era un pensador marginal, aunque con una idea brillante: la de emitir dinero cuyo valor nominal cayera con el tiempo, para estimular a la gente a desprenderse de él (gastar) en momentos de depresión económica», explica Lucas Llach, profesor de la Universidad Di Tella.

Uno de los pocos economistas locales que estudió a fondo la obra geselina es Ergasto Riva, de la Facultad de Ciencias Económicas de la UBA. «Gesell niega la capacidad del dinero de cumplir con la función de unidad de cuenta cuando se pregunta: «¿Cuál es el precio del dinero?». Él entiende que el precio del dinero es la cantidad de mercadería que ha de ser enajenada para adquirir una unidad de dinero. Es decir, invierte los términos de la ecuación», explica Riva.

Y aporta otro dato de color a esta historia fabulosa en los márgenes de la teoría económica: «Se trata de un giro doblemente copernicano. En primer lugar, porque invierte el orden de lo que está fijo y de lo que se mueve; en segundo lugar, porque ya Copérnico en 1526 había escrito en su tratado Monetae cudendae ratio que no era que habían aumentado los precios de las mercaderías, sino que había bajado el valor de la plata-metal por la abundancia de ésta a partir del descubrimiento de unas minas de plata en Silesia”.

Esta línea de pensamiento es la que sigue Keynes cuando en Bretton Woods, como delegado por Gran Bretaña, propone la creación del Bancor, cuyo valor estaría determinado por el de 30 commodities. «Con este sistema las mercaderías eran lo que determinaba el valor de esta nueva moneda, y no al revés. El Bancor serviría como unidad de cuenta internacional para las transacciones entre los países», sigue Riva.

La posición norteamericana se terminó imponiendo (tenían la bomba atómica y su PBI era más del la mitad del mundial) y se determinó al dólar estadounidense como la unidad de cuenta internacional. Para esto estableció una convertibilidad de 35 dólares por onza de oro. Estados Unidos no quería perder la posibilidad de tener el monopolio mundial de la devaluación.

Pero ni Gesell ni Keynes eran partidarios del patrón oro sino -como Irving Fisher- de que la función Unidad de Cuenta fuera cumplida por una moneda-índice, como el Bancor o la UF (Unidad de Fomento) de Chile que ha monetizado el Índice de Precios al Consumidor.

Para Louge, el Sistema Monetario Internacional nació en buena medida en la Argentina, en 1907, a partir de una obra que, por encargo del banquero Ernesto Tornquist, Silvio Gesell redactó en Buenos Aires. Este proyecto inspiró parte de la arquitectura de Bretton Woods en 1944. En una carta a la que accedió el investigador, Irving Fischer, el autor del New Deal, se describe como un «humilde discípulo de Gesell».

Louge cuenta que los primeros impulsores de su iniciativa fueron los economistas alemanes geselinos Margrit Kennedy y Werner Onken, quienes le facilitaron documentación inédita de la Argentina sobre lo que ellos bautizaron «la reforma Tornquiniana de 1899». Ernesto Tornsquist fue confidente y asesor financiero y político de los ex presidentes Carlos Pellegrini y Julio Roca. Sus descendientes -dueños hoy del Plaza Hotel- aportaron otros documentos para el libro.

Gesell fue un vegetariano ético. Se consideraba a sí mismo un ciudadano del mundo y creía que el planeta debe pertenecer a toda la gente que lo habita más allá de las diferencias de raza, género, clase o religión. Fundamentó su pensamiento a partir del interés propio de los individuos como algo natural, sano y una buena motivación para actuar. «Hoy Gesell también es una suerte de héroe para movimientos ecologistas y académicos que estudian la economía verde», dice Louge. Tal vez Carlitos de Gesell deba bautizar con alguna referencia keynesiana también a sus milanesas de soja.

Artículo publicado en La Nación