Un Gallego que quiso a Villa Gesell como si la hubiese parido
José Luis Fernández Heredia fue el segundo intendente de la democracia geselina y uno de los principales protagonistas de una generación que buscaba el bien de la comunidad más allá de las diferencias ideológicas. Su cuerpo se fue pero su ejemplo debería imponerse en tiempos de beligerancia desmedida y disputas inconvenientes.
Por Juan Ignacio Provéndola | José Luis Fernández estaba destinado a ser el primer intendente electo de la historia de Villa Gesell, ya que había consenso en la Unión Cívica Radical local para ungirlo como el candidato del partido en los comicios de 1983, los primeros en los que los geselinos elegían a sus autoridades. Sin embargo la Justicia Electoral le denegó la participación porque aún no acreditaba el tiempo de residencia necesario y el radicalismo entonces debió ir a internas. Y allí venció Tito Allo, quien luego se impuso por amplio margen en las generales para convertirse en el primer alcalde de la autonomía geselina.
El “Gallego” tuvo su revancha en las elecciones siguientes, las de 1987, que le permitieron al radicalismo seguir siendo el signo político gobernante de la Villa, aunque por una diferencia más estrecho. Es que el escenario electoral era otro: si en el ’83 la UCR se impuso por abrumadora mayoría en todo el país gracias a que enfrente tenía un PJ anquilosado y temible, cuatro años después el centenario partido sufría el desgaste de una democracia incipiente y débil que al mismo tiempo estimuló la renovación dentro del peronismo.
Pero pese a que el neojusticialismo obtuvo grandes resultados en todo el país y en la región (recuperando, por caso, la gobernación bonaerense a manos de Antonio Cafiero), Fernández logró al menos en Gesell defender la dignidad electoral de un radicalismo que superó por poquito al Frente Renovador Justicialista. Con el Gallego se acentuó una época inolvidable para la Villa en la que por un lado se consolidaron obras e instituciones y, al mismo tiempo, se registró un hoy inimaginable escenario de concordancia política entre los dos grandes partidos dominantes.
Era, claro, otra ciudad, donde aún muchas cosas estaban por hacerse y los dirigentes políticos eran militantes pero, sobre todo, vecinos con una fuerte vocación de servicio y trabajo comunitario. Un claro ejemplo fue el trabajo que todos los sectores hicieron en conjunto para conservar el patrimonio del Pinar Histórico, que como muchos recuerdan corría el riesgo de convertirse en una residencia de vacaciones del gobernador bonaerense.
El nudo angular de esa armonía política lo articulaba el Gallego, que representaba a esa generación de inmigrantes que llegaron a Gesell con las dos manos en la espalda pero con el corazón al frente. A ellos les debemos muchas instituciones fundamentales para el desarrollo de nuestra sociedad, como el Club Español que dio origen al evento social y cultural más importante de nuestra ciudad: la vieja Fiesta de la Raza.
José Luis Fernández concluyó su mandato como intendente en 1991 y nunca más volvió a postularse en una elección, aunque eso de ningún modo significó su renuncia a la actividad política, ya que siguió involucrado al Comité Radical hasta el fin de sus días. Para envidia de los peronistas, esa generación de radicales expresó un sentido de la lealtad que los llevó siempre a dirimir sus discusiones internas en la Casa Radical y no en los medios o a través de declaraciones para la tribuna.
Como se dijo, eran otros tiempos, otra la ciudad y otros sus habitantes. También otros sus dirigentes. Distintos acaso a los actuales, a quienes a veces el Gallego debió padecer hasta el límite de lo injusto, como la lamentable operación que sufrió antes de las últimas elecciones, cuando lo acusaron de no tener todos los papeles para la construcción de uno de sus comercios. Los que lo conocen saben que él intentó dialogar y conversar para poder realizar obras en uno de sus emprendimientos más notables, el denominado Paseo Español, un proyecto que sin dudas embellece un centro cada vez más saturado y sometido a arquitecturas hechas sin ningún tipo de planificación urbanística.
Por supuesto que su gestión también tuvo sus debilidades y cuestionamientos, aunque rara vez reñidas por la mala fe o el desprecio hasta el diferente. Por eso es que, aunque el Gallego hoy ya no esté paseando por la 3 o jugando a las cartas en el Club Español, dejará por siempre un ejemplo que convendría atender en estos tiempos de disputas ridículas y beligerancias inconvenientes para una ciudad que merece mirarse en el pasado para buscar una salida honrosa hacia el futuro.